"La historia del mundo está llena de culturas y épocas donde la iglesia y estado se han integrado y esto ha devenido en despreciables persecuciones por la fe que se profesa", apunta un bloguero al analizar la separación entre ambas desde los anales de la historia, hasta nuestros días.
Y es que en estas fechas y tras ciertos hechos lamentables, se vuelve menester el que caigamos en la cuenta del despropósito y lo absurdo que resulta, mezclar y confundir los asuntos divinos con las competencias particulares de la cosa pública. Así nos ha ido en México cuando contravenimos dicha noción. Bien decía Don Jesús Reyes Heroles, el ideólogo del sistema, que "en política forma es fondo".
Soy católico y profeso la fe, sin embargo, creo en el dicho que aconseja "No mezclar la gimnasia con la magnesia". El éxito o fracaso de una administración, el destino de una comunidad, los errores y aciertos de un gobernante, todo ello no depende ni le compete a Dios.
Dejar a su suerte a la ciudadanía, más aún viniendo de quien en esencia y por mandato de ley es responsable -el edil en turno- hace evidente la inexperiencia y falta de sensibilidad política, que en la alcaldesa de Monterrey observo. Pero lo grave, querido lector, es que la señora parece adolecer de sentido común, y sin él, tanto en la vida como en un encargo público, no se llega muy lejos que digamos.
A Margarita Arellanes Cervantes, Presidenta Municipal de Monterrey, hay que recordarle que aunque ahora justifique sus palabras diciendo, que lo asentado durante un evento público fue a título personal, pocos lo creen y entienden así, al tiempo que ella olvida que en todo momento, lo que haga o diga será interpretado como la postura oficial de su administración, pues en ella y en su figura, está representado el poder municipal que le otorgaron los ciudadanos. Mal hizo en delegarle a Dios sus responsabilidades.
Muchos políticos han hecho pública su fe -el mismo Enrique Peña Nieto permitió la entrada de fotógrafos a su enlace religioso con Angélica Rivera- pero a Arellanes, simple y sencillamente, se le pasó la mano. Porque una cosa es manifestar con recato y discreción aquello en lo que creemos y nos es particular y, otra muy distinta, es hacerlo rayando en el fanatismo.
Tras revisar el video del evento en cuestión, lo menos que observé en la señora fue a una funcionaria que ocupa la alcaldía y más bien, Margarita Arellanes, nos recordó a cierta telepredicadora encabezando un maratón cristiano.
"Yo Margarita Alicia Arellanes Cervantes entrego la Ciudad de Monterrey, Nuevo León, abro las puertas de este municipio a Dios como la máxima autoridad y reconozco que sin su presencia no podemos tener éxito real", es parte de la letanía espetada por la alcaldesa, letanía que causa burlas y sorna en redes sociales, y motiva un punto de acuerdo a ser discutido por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, sobre el carácter laico del Estado.
Pero sobre todo, a muchos -católicos o no- les irrita lo que suponen como una constante y debilidad en ciertos panistas: la proclividad que observan a la hora de gritar su fe a los cuatro vientos y darse golpes de pecho, al tiempo que con la misma facilidad incurren en conductas amorales que harían palidecer a Nicolás Maquiavelo.
No dudamos en ningún momento de las buenas intenciones de Margarita Arellano, ni en su genuino deseo de que a Monterrey y a su gente le vaya bien, pero lo cierto es que al momento de rendir sus informes de gobierno, entregar cuentas o en el intento por reducir los índices delictivos y de violencia que azotan a la ciudad, ni Jesucristo ni en Espíritu Santo en forma de paloma, se aparecerán para echarle la mano ni explicarle a quienes votaron por ella, el porqué las cosas fueron bien o mal, en un sentido o en el otro.
Twitter @patoloquasto
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