Enrique Peña Nieto ha dado a entender que quiere que México vuelva a estar presente en América Latina y que el país retome su posición de liderazgo en la región. Y tiene razón. Después de todo Brasil empieza a perder un poco el brillo que mantuvo a lo largo de la década pasada y los indicadores macroeconómicos auguran que México será la economía latinoamericana de la actual década. Sin embargo, Peña Nieto comienza a mostrar el tipo de liderazgo que quiere para México: uno pragmático, silencioso, alejado de ideales.
Un líder pragmático que ve su interacción y su inserción en el mundo casi exclusivamente en términos comerciales, como demuestra la designación del doctor José Antonio Meade al frente de la Cancillería y el inicio de su gestión.
Meade es un economista acostumbrado al lenguaje técnico del comercio y las finanzas y al formalismo del derecho, pero no es un diplomático de vieja cepa, ni un conocedor de la tradición diplomática mexicana. Por ello, del canciller Meade puede esperarse que gestione la diplomacia mexicana impulsando la "marca México" como una potencia exportadora, negociando más tratados de libre comercio con otros países, en lugar de formular una política exterior que impulse un liderazgo regional que se base en la promoción de los derechos humanos y la consolidación de la democracia en una región en donde ambos temas vuelven a presentar retrocesos.
Esa gestión empieza a dibujarse ya en varios hechos, como el primer viaje realizado por el canciller a Centroamérica, a la reunión del Sistema de Integración Centroamericana (Sica), donde Meade trató temas relacionados con el comercio y la seguridad, sin mencionar derechos humanos, migración y con una fugaz referencia a la democracia.
Así lo demuestra especialmente el respaldo tácito de la Cancillería mexicana a la "toma de posesión en ausencia" de Hugo Chávez del 10 de enero pasado. Un día antes de esa fecha, la Secretaría de Relaciones Exteriores de México dio a conocer una carta del secretario Meade al vicepresidente venezolano Nicolás Maduro en la que se expresa "el deseo del pueblo y del gobierno de México para que la salud del Presidente de esa hermana República Boliviariana de Venezuela pueda reestablecerse satisfactoriamente".
En esa misiva no hay una sola mención o reconocimiento por las preocupaciones de la oposición venezolana, de los 6.5 millones de votos contra Chávez y de la advertencia del diputado opositor Julio Borges de que la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo venezolano se han convertido en "sucursales" del partido oficialista por esa interpretación de la Constitución que le permitió a Chávez tomar posesión del cargo, aunque esté convaleciente en Cuba.
Sobre Cuba también se anunció la designación de Lázaro Cárdenas Batel como embajador mexicano en la isla. Este nombramiento provocará escozor en un sector de la izquierda mexicana que no querrá ver a Cárdenas Batel colaborando con el gobierno de Peña Nieto, pero otro sector, tal vez más numeroso, verá el nombramiento como inmejorable. Después de todo, Cárdenas Batel tiene un fuerte vínculo con Cuba por su esposa y su solo apellido es garantía de respeto en la isla. Sin embargo, no parece fácil un pronto encuentro del embajador mexicano con la disidencia cubana, como sí lo hiciera la canciller Rosario Green bajo la presidencia de Ernesto Zedillo en 1999.
Hasta aquí hay entonces algo de claridad en que México buscaría ser un líder silencioso, uno que impulse una agenda de desarrollo, comercio y seguridad en América Latina y que calle en los temas de derechos humanos y democracia. Sin embargo, hay también dudas respecto a cuál será la agenda con Brasil, el que hoy sigue siendo el gigante latinoamericano.
Brasil y México son los dos países clave para el futuro latinoamericano, como afirma el experto en Brasil Hernán Gómez, ya que las exportaciones de estos dos países superan el 80% del total de exportaciones de toda la región y el PIB conjunto de ambos es casi el 60% de todos los países latinoamericanos. Por ello, Beatriz Paredes, la flamante embajadora mexicana en Brasil, lleva la encomienda de diseñar una agenda orientada a potencializar esa relación en términos comerciales, pero ojalá que Paredes no se quede sólo ahí y busque en la diplomacia brasileña una mancuerna para la promoción democrática y la defensa de los derechos humanos en la región.
Hasta este momento ese es el liderazgo que México empieza a construir en Latinoamérica. El reto es que esa construcción no se convierta en un refrito del fallido intento de los años del excanciller Luis Ernesto Derbez y que no sea un liderazgo con olor a conservadora tradición priista de política exterior, en lugar de un liderazgo de innovación, que asuma que México necesita promover más los ideales democráticos en una región en la que el desencanto democrático y los abusos a los derechos humanos están a la orden del día.
Politólogo e Internacionalista Twitter
@genarolozano