El robar es una cosa grave, robar una iglesia es sacrilegio, tomar dinero de los cepos catedralicios es una profanación que merece la reprobación de la comunidad religiosa, ¿de qué tamaño es el delito?, ¿es delito agravado? El lugar donde se encontraban debió ser respetado por los amantes de lo ajeno, de eso no hay duda. Llegar a saber qué impulsó a los ladronzuelos a hacer su fechoría en un recinto sagrado debe ser motivo de estudio. Se ha perdido el respeto a la Casa del Señor. Los impíos cargan con lo que encuentran. ¿Qué, resulta poco?, cometen el pecado de todas maneras. Ningún templo se salva. ¿Es la pobreza lo que lleva a la comisión de estos ilícitos?, puede ser, pero también la pérdida de valores. Si me apuran, puedo creer que lo que hacen estos cuitados es una herejía, en la que quizá influye. Podríamos pensar que quien así obra es un desvergonzado, descarado y procaz. Lo que se puede concretar en que es un pobre necesitado. O quizá se trata de contumaces y despiadados sujetos que no temen a la Justicia Divina menos a la de los hombres. Son seres rebeldes, porfiados y tenaces a los que no les importa conservar la pureza de su espíritu.
Dice el refrán popular: primero comer que ser cristiano, otro dice: primero la obligación y luego la devoción. El buen Jesús decía: busquen primero el reino de Dios, pues todo lo demás será añadido. Lo cierto es que la tendencia indica que los relapsos se obstinan en cobrar el tributo que les dispensa la ausencia de vigilancia. Esto ha propiciado que los ladrones de objetos sacros se birlen las campanas y una iglesia sin campanas, decía un feligrés, es como una brújula sin manecillas. Lo extraño es que hay una ola de robos que asuela los edificios dedicados al culto religioso.
El pueblo llano está tomando medidas, pero no son suficientes. En reciente visita a Parras me contaba un amigo que había entrado a un templo católico cuyas puertas estaban abiertas de par en par por lo que por curiosidad penetró a la estancia que estaba vacía, no había nadie. Me dice que subió los escalones de madera, oyendo sus propios pasos, nadie había ahí. Luego ya en la parte baja surgido en el alcazar de un conjuro, como por ensalmo, apareció la figura del sacristán quien lo estaba atisbando en silencio.
Estuve aquí todo el tiempo, rezando para que se fueran sin llevarse alguna cosa y lo que es peor pensando sobre la conveniencia de salir, pues había el peligro de que en su desesperación por llevarse cualquiera pudiera darme un coscorrón.
Allá en el tranquilo Torreón, continuó su charla, una señorita de edad nos llevaba hace años, cuando la parroquia del Carmen aún no era elevada al rango catedral a mí y a unos rapazuelos nos daba la doctrina para luego premiarnos con una rica taza de chocolate. Nos platicaba sobre el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, que Jesús hizo para alimentar a sus seguidores, luego posteriormente caminaría sobre las aguas. La ahora catedral lucía, en ese entonces, dos torres con ornamentos churriguerescos del siglo XVIII. Al final un portento causó admiración, concluiría su plática, todo era silencio que era roto sólo por las campanas que llamaban con voz sonora a la misa de doce.
En fin, el robo se ha ido incrementado. Los cacos han sustraído todo el enrejado de algunas Iglesias semiabandonadas, pudiéndose entrar y salir por cualquier puerta ante la falta de custodia por parte de las autoridades eclesiásticas o civiles. Por toda la república se producen esos latrocinios. El robo no se reduce a los cepillos donde los fieles dejan sus limosnas sino que además asaltan a los párrocos que se encuentran en el inmueble que es robado.
Los templos están siendo saqueados, durante la última década se han registrado lo menos 20 robos de arte sacro al año. En Durango los vecinos se han cooperado para comprar patrullas con lo que se ha logrado disminuir el robo en algunos poblados. Los feligreses han sufrido el robo de sus objetos personales como bolsas, carteras o han sido asaltados al salir de los servicios religiosos. Como medida de seguridad las parroquias cierran sus puertas cuando no se ofician misas. Lo peor es que no se ve cuándo terminará esta ola de robos.