Al hablar del tiempo como concepto de medida y como recurso disponible no renovable, es preciso asociarlo a la puntualidad, sin ella, éste no tendría ningún sentido. Exactitud y puntualidad van de la mano, la puntualidad es la regulación necesaria del tiempo para sobrevivir en el mundo ordenando y para fijar fechas y tiempos de los compromisos que adquirimos.Sin la puntualidad, es imposible realizar de forma ordenada cualquier tipo de trabajo, con este concepto del tiempo, se mide la precisión que requieren los tiempos de ejecución, las fechas de inicio y de entrega y los plazos establecidos para el cumplimiento de actividades.
Los seres humanos en nuestras relaciones con la sociedad, regulamos nuestros tiempos de encuentro, por ello se nos hace imprescindible la puntualidad, ésta es una parte intangible de la elegancia en las relaciones y representa el respeto que tenemos hacia los demás. El tiempo es un recurso muy valioso no renovable, el tiempo que se pierde no se puede recuperar. Muchos países civilizados hacen de la puntualidad una forma de entender la vida. La puntualidad se asocia al éxito y tiene connotaciones positivas como la eficiencia y la productividad. Ser puntual no significa ser el primero en llegar, sino llegar en el momento acordado. Un país que valora la puntualidad es un país consecuente.
El valor de la puntualidad refleja nuestra disciplina personal para presentarnos a tiempo para cumplir nuestros compromisos: la hora de entrada al trabajo o a clases, una cita de negocios o personal, una reunión de amigos, un compromiso de la oficina, un trabajo pendiente por entregar, un evento de cualquier índole, etc. La práctica de este valor refuerza nuestra personalidad y ayuda al orden y a la eficiencia. Al ser puntuales desempeñamos mejor nuestras actividades y nos hacemos merecedores de la confianza de los demás.
En el mundo moderno, el primer líder que se sabe que valoró la puntualidad fue el emperador Tenji de Japón, quien gobernó ese país en el siglo VII. Tenji hizo colocar campanas y tambores en los templos con el fin de anunciar la hora que era y con ello consiguió que su pueblo tuviera conciencia de lo que representa la puntualidad.
Sin embargo, aún existen lugares en donde la impuntualidad es un hecho natural y los lugareños se expresan del tiempo con segmentos muy amplios del mismo, no se citan a una hora exacta, sino por la mañana, a mediodía, la tarde o al anochecer, sin especificar la hora exacta. Incluso en las empresas mexicanas, hasta hace poco tiempo y todavía en muchas de ellas, se incentivaba y premiaba la impuntualidad como algo extra, reconociendo implícitamente que llegar a tiempo no era un compromiso u obligación de parte del trabajador.
Todavía en los periódicos podemos ver las convocatorias a las asambleas de consejo de las empresas en las que se cita en primera convocatoria, para citar de nuevo más tarde en segunda convocatoria, aceptando de esta forma que los convocados no van a ser puntuales y reconociendo que la impuntualidad está enraizada en lo más profundo de nuestro ser.
En la actualidad en muchas partes se ve la puntualidad como algo negativo o suponiendo todavía que este valor tiene escasa presencia entre nosotros y de hecho, en lugar de fomentar la puntualidad la juzgamos como algo que no nos favorece y los adultos le enviamos señales en contrario a los niños y jóvenes. Recientemente, una empleada universitaria, advirtiéndole a un alumno, que se quería inscribir para tomar clase con una maestra, le decía: "Lo malo de esta maestra es que es muy puntual y su clase es a las siete de la mañana en punto". Casi como diciéndole "mejor inscríbete en otra para que puedas llegar tarde", o como diciendo "Esta maestra tiene el defecto de ser puntual". Y si seguimos analizando esta respuesta de la empleada, habría que decirle a ella que las clases de las siete de la mañana, si todos los maestros fuésemos puntuales, deberían iniciar a las siete en punto.
La falta de puntualidad habla por si misma, ahí se demuestra la mala organización de nuestro tiempo, la falta de planeación de nuestras actividades y la carencia de agenda. La puntualidad nace del desinterés o de la poca importancia que asignamos a algunas actividades. Por ejemplo, nos gusta más estar un rato adicional en la cama durmiendo, que levantarnos a tiempo, puntuales, para no llegar tarde al trabajo o a las clases. Preferimos hacer una larga sobremesa charlando, que regresar a tiempo a la oficina después de la comida, incluso hay algunas oficinas en las que los empleados le bajan el ritmo a las actividades productivas desde la tarde del viernes, posponiendo de esta forma la conclusión de trabajos o la entrega de los mismos.
Si tenemos una entrevista para solicitar empleo, la reunión para cerrar un negocio o una cita con el gerente o director de la empresa, hacemos hasta lo imposible para estar a tiempo: Pero si la cita es con el amigo de siempre, o en una reunión con personas que no frecuentamos o que conocemos poco, nos damos márgenes más amplios y por lo general no llegamos a tiempo.
Lo más grave de todo esto, es encontrar a personas que sienten "distinguirse" por su impuntualidad, lo hacen a propósito, llegar tarde es una forma de llamar la atención, "si quieren, que me esperen", "para qué llegar a tiempo, si...", "no pasa nada...", "es lo mismo siempre". Estas y otras actitudes son el reflejo del poco respeto, ya no digamos aprecio, que sentimos por las personas, su tiempo y sus actividades
Quizá la puntualidad es la asignatura, que tenemos pendiente las personas que hoy nos creemos civilizados, pero debemos aportar esfuerzos para ser puntuales, para llegar a tiempo, para acabar a tiempo, para entregar a tiempo. Aunque cuando se refieran a nosotros algunos lo hagan como se refirieron a la maestra, diciendo que lo "malo" que tenemos, es ser puntuales.