Sólo los universitarios saben qué sucede en la Universidad. El rector no deja de anunciar que los estudiantes involucrados en "la toma" del edificio de la rectoría, para cuando la desocupen, serán sancionados, sin que quepa perdón alguno, en tanto el abogado de la UNAM aseguró que no se aceptará ningún acto de presión para invalidar las denuncias, sobre quienes han atentado contra la máxima casa de estudios, ya que rebasaron los límites comprensibles a la negociación y la universidad no está para cancelar los procesos disciplinarios, aseverando que no se va a cancelar ninguna posibilidad de que se aplique el derecho sosteniendo que el grupo no representa ni los intereses ni la voz de la institución, ni la de sus estudiantes. Mientras tanto los encapuchados se mantenían adentro del campus, cómodamente apoltronados, pidiendo el desistimiento de las acciones penales en su contra. Expresaron que en caso que se autorice la entrada de la Policía Federal a las instalaciones de Ciudad Universitaria exigirán la renuncia del rector José Narro Robles.
Lo mismo de siempre. No se atrevan a tocarnos ni con el pétalo de una flor. ¿Tendrán o no razón? La verdad es que en otras ocasiones pretéritas conseguían lo que querían porque las autoridades provenían de un sistema pútrido. Ahora es diferente. No podemos decir que no están legitimadas. En el pasado llegó a tanto la sevicia, que dos personajes de la vida airada tuvieron acceso a la oficina de la rectoría prostituyéndola con su sola presencia. Horas negras vivió la Universidad. Dos protervos sujetos se sentaron en la rectoría, dos de los más espectaculares especímenes que el alma mater haya prohijado que con la excusa de propiciar el ingreso de normalistas a la Facultad de Derecho arrojaron de sus oficinas o sea de la torre de rectoría a su titular, era 1972, y tomaron posesión de su despacho. Eran sólo dos y mantuvieron en vilo a la universidad, pues la Torre de Rectoría era y es el centro de la vida académica y administrativa de la UNAM. Sus execrables nombres pasaron a la posteridad Falcón y Castro Bustos, dos fósiles activistas que estuvieron todo un mes, bajando a la alberca olímpica y subiendo a lo que era su guarida, sin que nadie se atreviera a molestarlos.
Creo que hace bien el coahuilense José Narro Robles en mantenerse sereno dadas las circunstancias. El maestro no debe exaltarse. La universidad carece de otra fuerza que no sea la razón y la prudencia. Aun el Papa tiene a su disposición a la guardia Suiza para someter a los que quieran cometer desmanes dentro del Vaticano. El rector puede sólo discurrir, tratar de convencer con argumentos. La fuerza de la razón es el arma más poderosa. Pero es inútil discutir cuando se trata de zopencos. El rector es un hombre solitario que tiene un Consejo Universitario. Pero cuando se presenta la violencia no puede hacer otra cosa que denunciar ante las autoridades para lograr la tranquilidad que debe prevalecer en un centro de estudios. Los seres humanos recienten los efectos de una enfermedad y acuden a los médicos, cuando se pone en peligro la vida misma de una institución cabe suponer que es la fuerza del Estado la que debe poner el remedio.
Debe restablecerse el diálogo, que en veces es muy fácil decirlo pero difícil cuando se requiere moderar las palabras. Los encargados de resolver estos asuntos tienen una no muy agradable tarea. Se necesita tacto. Aun flota en el ambiente los sucesos acaecidos en la Plaza de las Tres Culturas. Cuidado. Las universidades de entonces a acá se han convertido en aglomeraciones inhumanas y abstractas. Se requiere la gracia de Armellita, el estilo y el señorío de Lorenzo Garza, la reciedumbre de Manolete, y el orgullo de Carlos Arruza. Un capote y una mulera que se mueva con cadencia. Que estire las riendas y se revuelva en un tramo de terreno como hace el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza que en cada corrida actúa como jabato y se lleva los aplausos del respetable.