Los límites en tu cabeza
El sexo es algo natural, placentero; muchos lo aceptan así y lo disfrutan. Pero otros más aprendieron a considerarlo sucio y/u obsceno, y esa idea los mantiene sujetos a límites que les impiden gozar a plenitud de los encuentros con su pareja.
El ser humano tiene la capacidad y la libertad de hacer y deshacer lo que desee con su tiempo y por supuesto, con su cuerpo. Es por ello que cada persona elige la manera en que se viste, lo que come, el ejercicio que practica o no. Cierto que de niños son los padres quienes imponen la pauta a seguir en esos contextos, pero al llegar a la adultez todo individuo puede elegir lo que prefiera. Por lo menos en teoría.
La sexualidad es un renglón para el cual el cuerpo juega un peso esencial; pero es la mente quien define lo que éste puede o no experimentar. Así, aunque alguien se diga libre y lo demuestre en la elección y ejercicio de su profesión, en las amistades que opta por formar y continuar, en el hombre o mujer que elige para ser su compañero amoroso, a menudo pasa que al llegar a la recámara se deja gobernar por límites que quizá no decidió fincar, pero sí consiente en mantener.
CONSTRUYENDO BARRERAS
Numerosas parejas tienen sexo varias veces a la semana, alcanzan sus orgasmos, comparten alegremente y aunque todo parece ir bien, sienten que su intimidad transcurre sin variedad, como siguiendo un guión escrito. Mantienen una rutina y en ella viven casi con timidez sus encuentros.
Hombres y mujeres por igual llegan a la vida de pareja cargando con los prejuicios trasmitidos por su ambiente familiar, religioso, cultural. La manera de vivir su expresión erótica está predeterminada y existe un código moral de lo que está permitido y se considera sano, contra lo visto como perverso.
La barrera impuesta por esas creencias impide a los amantes experimentar la enorme diversidad de prácticas sexuales que contribuyen a la satisfacción física y con ello al fortalecimiento de su vínculo. Parecen olvidar que la intimidad es su responsabilidad exclusiva. Lo que ocurre en el interior de la recámara pertenece solamente a dos, en sus manos queda la libertad de crear su versión de lo que está permitido o no dentro en la cama, negándose u otorgándose el permiso de gozar intensamente.
El origen de los límites para la sexualidad está en la infancia. Niñas y niños descubren día con día su cuerpo y las sensaciones que obtienen al tocarse. Esta curiosidad puede ser encauzada por sus padres hacia el crecimiento como persona sexuada. Pero cuando alguno de ellos nota que el niño(a) descubre el placer de ver, palpar, examinar sus genitales, frecuentemente siente temor por no saber qué hacer ante esa conducta. A menudo se opta por desviar o reprimir la curiosidad inculcando al pequeño la idea de que esas partes del cuerpo no deben verse, tocarse, ni hablar de ellas, constituyéndolas de esa forma en zonas vergonzosas. Esta primera limitación da origen al prejuicio de considerar la curiosidad y el deleite como algo oculto, de lo que no se puede hablar francamente y menos recrearse con ello. De ahí que en la adultez muchos se cohíban ante la sola mención del sexo, y aun si mantienen actividad erótica lo hacen sintiéndose culpables y no se atreven a probar nada que no sea ‘tradicional’, ni a formular deseos al respecto.
Asimismo, culturalmente cada lugar tiene sus normas sexuales impuestas y trasmitidas a los niños y jóvenes; estos no pueden hacer nada para confrontarlas, sólo las asumen como verdades. Los mensajes contradictorios respecto al placer confunden a esas personas, quienes llegan a la edad de la experimentación con la cabeza llena de ideas desalentadoras respecto a buscar el goce físico por considerarlo indebido, pecaminoso o sucio. Los menos afectados consiguen expresar su sexualidad pero siempre bajo ciertos límites, impidiendo a su compañero y a sí mismos buscar nuevas y excitantes sensaciones. Su vida íntima puede incluso llegar a ser disfrutable, pero no plena.
A DESECHAR PREJUICIOS
Lo que usted cree sobre algo no necesariamente es verdadero. Respecto a la sexualidad los prejuicios juegan un papel fundamental. Una idea muy extendida es calificar de sucios a los genitales por su vínculo con las funciones excretoras, aun sabiendo de antemano que la higiene es cuestión de aseo y no de origen.
Lo que se puede o no practicar en la intimidad es un renglón que debe ser revisado por novios y esposos, y juntos descartar los prejuicios que les impidan complacerse mutuamente. Toda conducta bajo las sábanas debe proporcionar satisfacción y favorecer la unión de la pareja. Puede probarse cuanto se desee, siempre con mutuo consentimiento. Lo que lastime o humille habrá de ser descartado. Más allá de esas directrices ¿cómo saber qué es válido y qué no?
1. Infórmense. Existe literatura científica, basada en evidencia, que muestra claramente cuáles son los hechos reales del placer. En tales textos se muestran las diversas maneras de encontrar las zonas erógenas, tan necesarias para despertar e incrementar el goce. Se explica el uso de la imaginación, la fantasía y la comunicación como propiciadores del éxtasis. También se describen los diferentes tipos de preludios a fin de lograr una excitación que favorezca los orgasmos, posiciones, prácticas orales, anales y genitales, cuidados y precauciones para mantenerse sexualmente sanos: salud e higiene al servicio de los amantes bien informados y como resultado plena en su expresión erótica.
2. En caso de experimentar frustración o insatisfacción acudan juntos a asesoría y consulta sexológica profesional. Reprimir o negar la necesidad de orientación, cuidado o terapia hará más difícil resolver lo que les angustia. Dejarlo para después tan sólo agrava el problema y complica la solución. En la actualidad existen tratamientos efectivos tanto educativos como médicos y psicosexuales para resolver las cuestiones íntimas.
3. Dense permiso de sentir. Al buscar una solución para su limitada visión sexual se está dando un paso que les llevará a una larguísima carrera de nuevos placeres. Cada experiencia enriquecerá sus capacidades. Háganse responsables de su proceso de desarrollo como personas sexuadas. No descarten aquello que aún no conocen. Todavía hoy existen mujeres que nunca han revisado cuidadosamente su vulva y vagina por el temor a lastimarla o considerarla vergonzosa. La seguridad del varón en sí mismo aún hoy se centra en la dureza y duración de su erección, a veces olvidando ser cuidadoso y atento a las indicaciones que su compañera le hace para inducirla al deleite y finalmente al orgasmo compartido. Lo cierto es que nunca se acaba de aprender y mucho menos en el terreno de lo erótico. Cada encuentro es una nueva manera de descubrirse.
4. Fuera resentimientos. Comúnmente las parejas van llenando el morral de piedritas, es decir, archivan viejos sentimientos ante conductas que reprueban de su ‘otra mitad’. Es importante nunca permitir que esa basura mental se acumule. Si los límites que su compañero lleva a la cama le molestan, hay que buscar una solución en conjunto, pero sin señalar culpables ni guardar rencores. Pretender ser quien dice la última palabra sólo causará más heridas a la relación. La unidad de la pareja se construye con la convivencia personal, amorosa y sexual. Una vida feliz requiere de la demostración constante del cariño, a fin de que cualquier vendaval los sacuda pero no los derribe.
GOZO ILIMITADO
No existe una receta de cocina para facilitar las relaciones venturosas. La pareja necesita mantener abierta la comunicación y reconocer los desvíos y errores que cometan e inmediatamente poner un remedio a tales circunstancias. El amor no tiene sustituto y una forma clara de reforzarlo es compartiendo el clímax sexual, desechando los límites inculcados que obstaculicen aquello que únicamente corresponde a dos.
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