Los Sánchez y su herencia de pobreza
El hambre y la miseria van de la mano y nunca se separan, son paralelas, inacabables e infinitas. La pobreza del México nuevo, del país moderno, es peor que la que estuvo presente en los tiempos del porfiriato, su antropología es complicada con una naturaleza intrínseca, es el espejo del esquilmo del hombre.
En los años cincuenta del siglo pasado, un americano llamado Oscar Lewis se lanza al país del nunca jamás. Trae consigo una vieja grabadora eléctrica, la cual tiene que conectar en cada entrevista; viaja a lugares inhóspitos y desde luego visita los cinturones de la ciudad y a los peones del campo. Los hijos de Sánchez fue un libro debió esperar para salir hasta que Adolfo Ruiz Cortines terminó su gestión como presidente de México (aproximadamente 1958), ya que mostrar la miseria del país era parar el desarrollo que éste llevaba e iba contra todas las reglas dictadas por el sistema.
La pobreza no es bella en ninguna parte, es además una ignominia en la que México ha pasado por una independencia y una sangrienta revolución, y la pobreza no sólo persiste sino que va en aumento y lo peor, es más notorio ahora. Se ha progresado, es verdad, sin embargo esa misma prosperidad ha dado margen a que los miserables y excluidos del sistema sean más. Y son esos mismos desarraigados a quienes la ‘casta divina’ los ha divorciado de su propia riqueza, de sus recursos.
Para dar constancia a esto citaré un ejemplo de la región, en donde los voceros del sistema y recuas que les acompañan no se cansan de repetir que los hombres vencieron al desierto, y son a la fecha cientos de ejidos, campesinos y sus tierras, norias y hasta sus conocimientos los que han pasado a gente que no nada más explota la tierra y el agua sino la sobreexplota y sólo produce lo que genera dinero, no lo que el pueblo necesita. Lo mismo podemos decir de la tierra de Zapata, en Morelos o en Guerrero con el café, en Chihuahua con la madera, y seguir este carnaval de calamidades y rosario de penas para la gente que en su pobreza y miseria ve pasar por la ventana la sarta de mentiras que cada sexenio le toca escuchar.
La pobreza y la miseria caminan de la mano con el hambre, la desnutrición, la insatisfacción, es decir toda una telaraña económica incluyendo en algunos casos el trauma cultural, problemas abrumadores, por la falta de servicios básicos de toda índole, salud, educación y vías de comunicación, entre otros. A falta de estos, muchas veces se presenta la desintegración familiar. Todo un tejido con remiendos y sobras que los pudientes arrojan; productos en descomposición.
La estrategia de terminar con el hambre que esta vez ha emprendido el nuevo gabinete es otra más de los fracasos del sistema, programas de ante mano malparidos. El hambre de los millones de miserables que ambulan en los oscuros callejones de nuestro país, terminará cuando la clase divina deje de robar el dinero del pueblo y ese recurso sea utilizado en escuelas y se imparta educación de calidad, haya centros de salud, estado de derecho igualitario para todos los estratos sociales, incluyendo duros castigos para muchos de la clase política y para los mismos cuerpos o gavillas impartidores de justicia corruptos (desde el policía de crucero o patrulla, hasta los señores jueces). Y sobre todo cuando se generen empleos y se logre que el campo sea lo suficiente eficaz de producir alimentos básicos para el pueblo, igualar sueldos y defender la democracia. Esto entre otros mil aspectos, rasgos o cosas.
Leer a Oscar Lewis (1914-1970) en Los hijos de Sánchez es ver un futuro pasado del México estático, congelado, diferido. Sus hijos siguen siendo los mismos, no importa el apellido o la región en donde vivan, lo que une a estas familias son la pobreza y el hambre ancestrales que acarrean consigo y sus generaciones. O tal vez como nos retrata Rulfo en su Pedro Páramo, estamos muertos y no nos damos cuenta y seguimos siendo hijos de Pedro Páramo. O ¿qué tal parientes de Juan Pérez Jolote?
Ser pobre, vivir en la miseria y sin embargo sonreír, eso fue lo que el antropólogo y escritor Lewis no pudo entender del mexicano y que estudió por largos años: ver a miles de miserables con una sonrisa en los labios y el estómago vacío.
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