Décadas atrás, picado en mi natural curiosidad me dirigí a esquina de la calle Rodríguez, esquina con avenida Morelos, lugar en el que pasaba caminando un personaje vestido de traje y corbata que decían era mi viva imagen. No disminuyó su paso cuando se percató que parado lo esperaba. En efecto, había un parecido impresionante, a pesar de lo cual prosiguió su camino sin detenerse. ¡Uf! (con uno era más que suficiente)...Era mi sosias perfecto tal como aparece en la novela El prisionero de Zenda en cuyo affiche, correspondiente a la película, aparece con torva expresión el pérfido conde, vil, artero, traidor y cruel Rupert de Hentzau. Se denomina sosias a la persona que tiene un gran parecido o similitud con otra, hasta el punto que pueden llegar a confundirse.
Se dice que el término sosias proviene del nombre de un personaje de la comedia Anfitrión de Plauto, comediógrafo romano que alcanzó una enorme popularidad, entre sus contemporáneos. La creencia de que existe en el mundo alguien igual que nosotros nos llena de curiosidad y a la vez nos debe aterrar.En la Segunda Guerra Mundial fueron casos renombrados los de varios personajes históricos, que necesitaban protección por razón de sus cargos, tal fue el caso de Winston Churchill, Adolfo Hitler y José Stalin, que se vieron obligados a recurrir a dobles físicamente idénticos que tomaban su lugar en momentos que consideraron podría estar en peligro su integridad física. Caso también más reciente el de Nicolae Ceausescu.
En nuestros días se puede citar a Saddam Hussein que fue ahorcado en el patíbulo públicamente y cuya ejecución fue televisada al mundo. No obstante no faltó quien especulara que el ejecutado era un impostor. Se habla de la Reina Isabel II y del caso del Papa Juan Pablo I, de quienes se dice actuaba un sosias cuando era indispensable. Lo último de ser cierto no coincide con la forma en que murió, de manera sospechosa dejando sin contestar varias preguntas, en su dormitorio a solas donde un doble no se requería, en el lejano caso de que lo tuviera. En la soledad de su recámara después de darle un sorbo al té cayo exánime.
Cuentan que en una de las innumerables reuniones de la sociedad de la época se encontraron frente a frente la sensual actriz Marilyn Monroe y el científico Albert Einstein. Se dice que se quedaron mirando sin palabras. Después de un largo rato que les pareció eterno a ambos, Marilyn rompió su mutismo y con el mismo tono de voz que le cantó a John F. Keneedy (Happy Birthday, Mister President) le propuso matrimonio "qué dice profesor, deberíamos casarnos y tener un hijo juntos, un bebé con mi belleza y su inteligencia". Albert Einstein con su melena, más alborotada que de costumbre, no cambió su gesto serio y se le quedó mirando como se observa un bicho en un microscopio, a lo que contestó: desafortunadamente la naturaleza es muy caprichosa y si el experimento que usted propone resultara a la inversa y terminemos con un hijo con mi belleza y la inteligencia de usted.