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Los tiempos cambiaron

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Es bien sabido que los tiempos escolares han cambiado y lo que antes era intrascendente, se ha convertido en un verdadero problema.

Las burlas y los juegos rudos entre escolapios, era cosa de todos los días; y había quienes, como mi amigo Iñigo, eran especialistas en arreglar pleitos a golpes entre los más bravos.

El grito a la salida del colegio que anunciaba un pleito era presidido por una gran algarabía y nadie llagaba a la casa quejándose de que había recibido una paliza callejera.

Todos teníamos y poníamos apodos y nadie se sentía mal por ello.

En los patios del colegio, era frecuente que se armaran pleitos y los curas (maestrillos) le entraban a ellos como uno más de nosotros.-

Recuerdo muy bien, cómo Oscar Reynald, entraba a separarnos y terminaba golpeando a uno que otro muchacho que no quería aplacar su ira. Y entraba repartiendo golpes durísimos que incluso llegaron a noquear a uno que otro.

Y nadie se quejaba. Nos imponían unos castigos igualmente duros y los padres no protestaban; y si acaso tenía uno la osadía de quejarse, la respuesta consabida era: "Algo harías".

Ahora, si el muchacho reprueba, en vez de castigarlo y ponerlo a estudiar, le reclaman al maestro su supuesta dureza y la dirección lo reprende por poner en peligro la población estudiantil que paga puntualmente sus colegiaturas.

Ya sabemos, los tiempos han cambiado y ahora los maestros salen a las calles a protestar y a hacer destrozos y nadie les hace nada. ¡Ah¡, y todavía llega el día del maestro y quieren que los festejen.

Aún en la facultad, un maestro nos corría del salón al grito de: "Sálgase muchacho baboso"; y se salía uno con la cara llena de vergüenza.

Como premio, si acaso, en el colegio, los más aplicados recibían unas modestas medallas, que los que las conseguían atesoraban con orgullo; y se las entregaban bajo la divisa: "Honor y gloria la que lucha", y al que luchaba pero no lograba, le tocaba puro chicote, como diría Chacha.

Los más aplicados eran niños muy acicalados y pulcros, que a muchos de nosotros nos parecían afeminados y se lo echábamos en cara, y nadie se quejaba. Claro, nosotros éramos una bola de desarrapados, con los pantalones y la camisa rota, llenos de tierra y sudorosos, que nos bañábamos cada sábado y muy a fuerzas.

Los otros eran niños perfumados, bien vestidos y ordenados, muy obedientes; y por ello disciplinados.

Los pleitos eran a morir, en algunas ocasiones, en especial cuando se armaban las batallas campales. Recuerdo que Beto Moye, mandó al hospital, en uno de esos pleitos, conmocionado un mes a otro compañero. A Beto lo expulsaron ciertamente, pero unos días, no en forma definitiva y el afectado volvió al colegio, medio atontado, pero sin hacer escándalos.

Los maestros se daban a respetar y los respetábamos, pero si algún maestrillo (estudiantes para jesuitas) se ponía al brinco, salía tundido por igual a golpes. Y es que eran muy jóvenes e impetuosos.

Recuerdo igualmente, el día que me agarré a golpes, dentro del salón, con Armando Bravo, mi profesor de matemáticas, en secundaria. Armando era un tipo menudito y yo un muchacho vigoroso y mañoso. Me lo tuvieron que quitar, para evitar una golpiza mayor. Claro está que me expulsaron ocho días, y eso porque Armando reconoció que él había tenido la culpa. Luego nos hicimos grandes amigos y al paso de los años yo solía visitarlo en la casa de los jesuitas que estaba cerca de la Ibero México.

Y ¿dónde está ahora Oscar Reynald? De capellán en las Islas Marías, según me cuentan. Ésa es vocación y amor a sus ministerios; y quienes lo conocimos lo recordamos con cariño.

Cómo olvidar igualmente a Joel Muñiz, a quien hasta lloramos cuando se fue del colegio. Inolvidable la bondadosa figura del padre Jacobo Blanco, maestro dentro y fuera de las aulas.

Interminable sería el mencionar a todos esos grandes maestros tanto del colegio, como de la Universidad; pero todos eran gente entregada, preparada y disciplinada, que nos dejaron grandes enseñanzas.

Los compañeros nunca se quejaron de maltratos o abusos y vaya que podían tener razón para ello; como cuando le fracturé a Jorge del Valle, hoy prominente médico proctólogo, el brazo derecho en dos, por andar jugando luchas; y nadie dijo nada, menos el afectado, aunque espero nunca caer en sus manos, por aquello de que ejerza venganza.

Como digo, todos teníamos apodos, unos más crueles que otros y nadie se quejaba de ello.

Ahora, no puede uno castigar a un niño o darle una nalgada, porque lo acusan de abuso infantil.

Cuando mi madre me dejó en la escuela le dijo al padre que me recibió: "Aquí le dejo a Germán. Con todo y nalgas", lo que significaba que si había necesidad de aplicar correctivos se hiciera sin miramientos.

Así era la vida en las escuelas. Ahora los tiempos han cambiado mucho y los papeles se han invertido. La autoridad se cuestiona sistemáticamente y les hacen más caso a los alumnos que a los maestros; los padres no pueden ser severos con los hijos, porque éstos los acusan ante Derechos Humanos.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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