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Los traidores llegaron ya

Minutario

GUILLERMO SHERIDAN

No estoy de acuerdo con algunas pasiones que mueven a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pero eso no me llevaría a calificarlo de "traidor a la patria" ni mucho menos a presentar una denuncia penal en su contra por ese crimen. Pero, bueno, yo sólo soy un ciudadano, no la patria.

¿Debería asombrarme la facilidad con que AMLO, erigido en tribunal superior, dicta sentencia de "traidores" a quienes no actúan como él desea o no piensan como él ordena? No, pues no es nueva su proclividad a acusar, juzgar y emitir sentencias desde su superioridad infalible. Asombra, si acaso, la tenacidad con que transmuta en criminales a quienes difieren de sus pasiones o desacatan sus designios.

Es interesante la forma en que AMLO, sus ideólogos y aun los juristas que lo rodean, asuman ya en su discurso como un hecho que la patria ha decidido encarnar en AMLO. Que la patria no es ya aquello cuyo "fulgor abstracto es inasible" -como escribió José Emilio Pacheco- sino un señor de carne y hueso, con pasiones, nombre, apellido y hasta credencial de elector.

¿Será exagerado decir que, más que a Gandhi o a Tolstoi, las pasiones judiciales de AMLO evocan a Robespierre? Ambos comparten la convicción de que lo mejor de sus patrias respectivas decidió encarnar en ellos. No son pocas las estrategias que tienen en común: la asamblea como ente superior y el traslado instantáneo de las virtudes del líder a quienes la constituyen. La retórica de preguntar ante esas asambleas sólo lo que ya tiene respuesta previa; la idea de que el pueblo es bueno y justo por naturaleza (siempre y cuando sea del propio bando); el perpetuo estado de emergencia ante la perpetua amenaza extranjera; la cancelación de la democracia ante la primacía del bien colectivo; el desdén a las instituciones y, desde luego, al sufragio. Y por supuesto la caracterización de todo adversario como "traidor a la patria". Se entiende que Robespierre no haya dudado en proclamar luego "al despotismo como una actitud legítima de la libertad contra de la tiranía" (Sobre los principios de la moralidad política, 1794).

La exhibición de virtudes civiles que AMLO presume obsesivamente -pobreza, modestia, franqueza, sinceridad, integridad, honestidad, valentía, amor al prójimo- tienden ahora a complementarse con una severidad judicial que criminaliza a quienes carecen de tales virtudes, que sólo él evalúa. Que las cárceles donde atiborra a sus disidentes sean (menos mal, y por lo pronto) sólo imaginarias, es un atenuante relativo: es delicado azuzar entre los incondicionales un instinto judicial que atiza la criminalización del otro, el diferente.

El poder judicial privado de AMLO opera desde 2008, cuando acusó de "traidores a la patria" a cualquier cantidad de políticos y al director de Pemex. Traidores, desde luego, los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Traidores quienes entreguen recursos naturales a extranjeros (incluye, supongo, a los involucrados en que los turistas consuman aire, agua, tequila y gasavión). Traidores quienes toquen el 27 constitucional. Traidor Porfirio Díaz, sí, y traidores Fox, Calderón y Peña Nieto. Traidores sus contrincantes en el PRD. Y un largo etcétera en el que cabe buena parte del compatriotaje: Leonel Cota ya ha dicho que "criticar el movimiento que estuvo en las calles, en el Congreso, que preside Andrés Manuel López Obrador, es sinónimo de traición a este país". Caramba.

Así pues, supongo que soy culpable de sinonimia. Más delicado es calificar como (por lo pronto) presunto culpable de traición a la patria, tal como lo tipifica el artículo 123, fracción I, del Código Penal Federal, toda vez que criticar a AMLO y/o creer pertinentes las reformas equivale a cometer "actos contra la independencia, soberanía o integridad de la nación mexicana con la finalidad de someterla a persona, grupo o gobierno extranjero". Cuando pase por el tribunal (popular) seré castigado con prisión de cinco a 40 años y multa de hasta 50 mil pesos.

Perdón, AMLO, no lo vuelvo ni a criticar ni a pensar lo que yo quiera. Y si no me perdona, pues ojalá que haya biblioteca en la Bastilla.

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