La diputada Purificación Carpinteyro ofrece una curiosa cápsula autobiográfica en su perfil de Twitter. La diputada se retrata con una reveladora instantánea opcional: ella es una heroína... o una villana. Usted elija. No hay otra sopa: quienes no la consideren una semidiosa, tendrán que considerarla como un demonio. Vistas así las cosas, cualquier disenso equivale a la satanización. No es espacio de la reflexión independiente sino adhesión a un ejército en la batalla. Si no me aplaudes con el entusiasmo que merezco, eres el corrupto que se ha vendido al diablo. Buen síntoma de esa mentalidad binaria que nos impide pensar críticamente y que hace de la conversación pública un torneo tonto, aburrido e inservible.
No: los políticos no son héroes ni villanos de película. Las políticas no son el paraíso o el infierno. Jamás debemos aceptar el chantaje de esa opción. Afiliarnos a la dicotomía es abdicar de la tarea crítica. Los políticos son políticos y lo que hacen, como lo que hace cualquiera, tendrá méritos y defectos. Desmenuzar el valor de sus acciones y de sus dichos con independencia de esa división ramplona es deber de la crítica. Un cristal que debe plantarse en oposición al blanco y negro de la política. El poder pide de nosotros un monosílabo: 'sí.' La crítica no responde con el monosílabo contrario: contesta desde otro sitio para decir 'pero'. Sí, pero... la fórmula esencial del pensamiento crítico.
El pero alberga la complejidad y la sospecha, rechaza el pensamiento concluyente, perfora la pretensión de lo tajante. El pero concilia contrarios y encuentra la razonabilidad de lo incompatible. El pero es el anzuelo que pesca problemas en la solución y algún motivo para celebrar el infortunio. No, pero sí: conjunción de lo adversario, reconocimiento del embrollo que somos. Todos tropezamos con nuestro pero, dice Gracián en El Criticón. Somos peros: "Gran Letrado, si no fuera mal intencionado; ¡qué valiente soldado!, pero gran ladrón; qué honrado caballero éste, sino que es pobre; que docto aquel si no fuera soberbio; fulano santo, pero simple; qué buen sujeto aquel otro, y qué prudente, pero es embarazado; muy bien entiende las materias, mas no tiene resolución; diligente ministro, pero no es inteligente; gran entendimiento, pero qué mal empleado; qué gran mujer aquella, sino que se descuida; qué hermosa dama si no fuera necia; grandes prendas la de tal sujeto, pero qué desdichado; gran médico, pero poco afortunado, todos se le mueren; lindo ingenio, pero sin juicio".
Ahí está la clave de la crítica: el hallazgo de los peros. Pero el pero fastidia. Desespera a los acelerados, aburre a los simples, harta a los prácticos. Algunos creen que buscar peros es necedad, una antipática inercia de objetar. Ricardo Becerra publicó un artículo inteligente en lasillarota.com en el que cuestiona los reparos frente al Pacto por México. Me detengo en él porque es la mejor defensa del pensamiento binario en el que algunos quieren situar a la crítica. Becerra celebra con buenas razones el Pacto por México. Su firma y sus logros son, efectivamente, la gran novedad de la política mexicana. Un convenio que, como celebra Becerra, ha roto un atasco largo y tedioso y empuja cambios celebrables. Pero, al parecer, que el acuerdo merezca elogio significa que merece solamente elogio, un elogio rotundo y sin grietas, sin advertencias y sin desconfianzas. Para este elocuente negador del claroscuro, la verdadera tarea analítica sería colgarle elogios al Pacto. Becerra encuentra algunos bonitos: productor de cambios impensables, jeringa de una sensibilidad ausente, fundador de equidades y de justicias siempre pospuestas, expresión de una política tan cuidadosa de la forma como de la sustancia; fruto de políticos sagaces, dispuestos a autosubvertirse; resultado de una clase política que, al entrar en un "trance de lucidez", obsequia a la patria el precioso espectáculo del consenso. Miserables holgazanes los que niegan esta hermosura.
Difiero de esta idea de la labor analítica. No por que me empalague su entusiasmo ni mucho menos por que crea que la crítica excluya la celebración honesta y franca de la política con la que uno coincide. Difiero porque destierra de la reflexión su componente esencial: el pero. Al crítico le corresponde cuestionar la lógica binaria del político, esa lógica que llama a la afiliación integral. Para Becerra, la saludable suspicacia es necedad; el escepticismo pereza. No lo son. Por el contrario, son el ingrediente vital de la crítica. Quien aplaude como aplaude la sala no es un crítico. Quien abuchea como abuchea el público tampoco lo es. Su intervención sólo tiene sentido cuando inserta una razón distinta o una perspectiva diferente, cuando arriesga una conjetura que desentona, cuando comparte una sospecha desafinada. Criticar a un político no es demonizarlo. Criticar una política no es profetizar el fin del mundo, es aportar dudas al festejo.
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