Retiro. El papa Benedicto XVI cumplió ayer ocho días desde que anunció su renuncia.
La Santa Sede mantiene todavía innumerables incógnitas sobre la inminente sucesión papal, producto de la histórica renuncia de Benedicto XVI apenas ocho días atrás, una decisión que dejó al mundo estupefacto.
El primero en reconocer que la noticia "sorprendió a todos" fue el mismo portavoz papal, Federico Lombardi, quien afirmó: "todos hemos sido tocados profundamente y aún estamos buscando de focalizar el significado".
Más allá de la sorpresa, el dolor y al agradecimiento, fieles católicos de todo el mundo se interrogan sobre esta etapa inédita en la historia de la Iglesia. Sobran los dedos de las manos para contar los pontífices que han renunciado a lo largo de dos mil años.
Antes de Joseph Ratzinger sólo fueron siete, de un total de 265 Papas. El más reciente fue Gregorio XII (1326-1417), quien dejó su puesto en 1415 en medio de una disputa provocada por el gran sisma de Occidente.
Todas las anteriores renuncias se dieron en contextos históricos distintos. Las leyes que norman actualmente la posible dimisión de un pontífice fueron emanadas durante el papado anterior, encabezado por Juan Pablo II.
"Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie". En apenas dos líneas se contempla esa posibilidad en el Código de Derecho Canónico (CIC) que data del 25 de enero de 1983.
Se trata de la ley fundamental de la Iglesia católica, un texto que prescribe todas las normas con las cuales se debe llevar a cabo el gobierno eclesiástico. Pero tiene un defecto: carece de detalles específicos.
A esto se suma la inexistencia de antecedentes. Nunca antes dos Papas convivieron en El Vaticano, a pocos metros de distancia uno de otro. Una situación inédita que ha puesto en aprietos a especialistas en derecho canónico y juristas eclesiásticos. Hasta este momento, por ejemplo, se desconoce cuál será el título del pontífice dimisionario. Algunos especulan con la hipótesis de "obispo emérito de Roma", como suele pasar con otros prelados que renuncian por edad y son llamados justamente así: "eméritos".
Pero dichos clérigos no pierden sus rangos. Los purpurados, por ejemplo, mantienen todos los derechos y deberes de su pertenencia al Colegio Cardenalicio. Y hasta pueden, ya eméritos, ingresar a un Cónclave para elegir Papa si no cumplieron sus 80 años.
En este caso Joseph Ratzinger no podría volver a ser considerado cardenal porque dejó de serlo cuando llegó al trono de San Pedro. A menos que su sucesor le conceda el título, en vía honoraria.