Es inimaginable, pero si Gustavo Madero y Andrés Manuel López Obrador se sentaran a platicar de su martirio político, sin duda, disfrutarían de una charla muy sabrosa.
Ambos políticos son blanco del fuego amigo y enemigo y, esta semana como muchas otras, recibieron una andanada de críticas. Gustavo Madero porque -desde la óptica enrevesada de sus adversarios internos y los músicos que los acompañan- provocó una desbandada en las filas albiazules, y López Obrador por la osadía de solicitar el registro de su Morena que, según sus críticos, debilita al conjunto de la izquierda.
Lo curioso en ambos dirigentes es que, cuando más los maltratan, más se fortalecen en las posturas y posiciones que ocupan... a ver qué suerte les depara el destino.
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Quienes se consideran legítimos herederos-dueños de Acción Nacional junto a algunos advenedizos no desperdician ocasión para señalar a Gustavo Madero como un hombre torpe y tonto -añádanse epítetos al gusto- y, cuanto más lo hacen, aquel más se consolida hacia adentro y hacia fuera del partido.
Desde su postulación, en 2010, para encabezar al partido albiazul, comenzó el martirio de Madero. Quisieron doblarlo para llevar a la dirección de Acción Nacional a Roberto Gil, y no sólo les ganó la elección sino también la negociación que dejó fuera del Comité a los escuderos de Felipe Calderón. Buscaron quebrarlo tras la debacle electoral imponiéndole la agenda y el calendario para replantear al partido, y terminó ganándoles la partida y el partido. Quisieron ganarle la interlocución con Enrique Peña Nieto y el PRI, y aquél terminó firmando el Pacto con el nuevo gobierno, el priismo y el perredismo. Ahora, alientan la versión de la desbandada en el partido para debilitarlo, sin decir que el padrón de adherentes y militantes lo inflaron ellos.
Es un martirio el de Gustavo Madero... pero tonto, lo que se dice tonto, nomás no es.
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Gustavo Madero no tiene la labia, el glamour, el carisma, el histrionismo ni el puro de quienes se consideran las figuras estelares del panismo pero, en materia de operación política, más de una vez les ha dado la vuelta.
Sin detallar la audacia con la que Madero ha logrado sobrevivir en la dirección de Acción Nacional, tres logros ya acumula. Uno, neutralizar la pretensión de Felipe Calderón de tomar el control del partido; dos, hacerse de la interlocución con el peñismo, cuando el calderonismo jugó a disputársela; y, tres, reponer cierta institucionalidad a la presidencia de Acción Nacional que, desde Luis Felipe Bravo Mena (1999-2005), nomás no tenía.
Ahora, el político y empresario tiene frente a sí tres nuevos desafíos. El Consejo Nacional a realizarse el próximo fin de semana, que será una aduana importante en el último tramo de su presidencia; balancear el rol de oposición real y leal en el marco del Pacto por México suscrito; y, luego, reequilibrar su postura hacia dentro del panismo, atemperando sin romper su alianza con El Yunque, si pretende -a finales de año- repetir tres años al frente del partido.
Si pese al martirio, Madero culmina su mandato al frente de Acción Nacional, quizá, su legado sea el de replantear la fuerza albiazul como partido y no como instrumento de una casta de supuestos criollos ilustrados que, cuando no hacen política, hacen negocios.
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El otro político martirizado es Andrés Manuel López Obrador que, aunque más de una vez se ha dado por muerto, le encanta resucitar sin que haya solicitud de por medio.
Se repuso de su descabezamiento en el PRI en Tabasco, superó el fraude cuando buscó la gubernatura en Tabasco, se rehizo en el PRD hasta postularse como candidato y ganar el gobierno de la Ciudad de México, remontó el affaire Bejarano, libró el desafuero por El Encino hasta convertirse en un contendiente de peso por la Presidencia de la República, se levantó del plantón en Paseo de la Reforma y atravesó el desierto hasta repetir como candidato a la Presidencia... y, ahora, juega a reponerse del reciente revés electoral y convertir en partido su movimiento. Dice buscar la felicidad, ah, pero cómo hace sufrir a sus adversarios dentro y fuera de la izquierda.
No exento de contradicciones y marometas, guareciéndose en siglas diversas para no quedar a la intemperie, en su nueva aventura López Obrador se ha fijado una meta bastante alta. Soltar las amarras de las naves donde encontró y le dieron refugio para, en su propio astillero, construir la suya. La hazaña no es sencilla. La izquierda, si no lo contempla como un esquirol de la unidad, lo ve con enorme recelo y, por si eso no bastara, el Pacto por México estrecha hasta la angustia el sendero por donde puede caminar la oposición, pero también, aquí la paradoja, le deja libre ese reducido espacio. Por ahí quiere caminar, con su Morena, López Obrador.
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La aventura de López Obrador tiene por mérito salir del engaño de que en el perredismo podían cohabitar todos y, así, reventar esa pompa de jabón que supuestamente era la de la unidad. Una unidad que, en los hechos, se ha significado en una guerra tribal donde, de pronto, los caníbales se interesan más por lo que ocurre dentro y no fuera de su territorio-partido. En ese sentido, es saludable la definición porque sólo a partir de ella se puede fijar dirección y destino.
Otra virtud es que la disidencia y oposición que toda democracia exige, ahora diluida en el Pacto por México, la Morena de López Obrador las reivindica pero, ojo, en el exceso, esa virtud se puede convertir en vicio: resistir por la costumbre de resistir y oponerse sin reconocer que, a veces, el punto es disponerse.
Un desafío de López Obrador, señalado ya en otros Sobreavisos, es convertir un movimiento en partido. Son cosas distintas, pero en los polos de uno y otro lleva años rebotando el lopezobradorismo y, ahora, tiene que demostrar la compatibilidad de registrarse como partido y conducirse como movimiento. Está por verse.
Desde luego, el discurso de Morena y el del lopezobradorismo se precia de ser incluyente, pero no ha terminado por acreditar esa suerte de discurso universal. Hubo un cierto esfuerzo en el discurso de la reciente campaña presidencial de López Obrador por abrir ese abanico, pero a más de uno le resultó un ardid propagandístico.
Va, pues, López Obrador de nuevo al desierto a vivir su martirio, a ver cómo sale de él.
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Lo interesante del martirio de Madero y López Obrador es que sacuden la forma de hacer política, y vaya que la política mexicana lo necesita.
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