Al Padre Pío le tocó un día recibir a un joven señor que estaba pensando asesinar a su esposa para abandonarse libremente a una pasión ilícita. Para alejar toda sospecha, acompañó a su esposa a ver al P. Pío, y se presentó en su confesionario. Cuando llegó su turno y se arrodilló ante el monje, se sintió empujado con fuerza por él, mientras el religioso le gritaba: -"¡Fuera de aquí! Tienes las manos con olor de sangre, y ¿quieres también confesarte?". El hombre huyó sacudido por la impresión de aquellas fuertes palabras. No durmió durante varias noches, pero por fin, una mañana temprano volvió a la iglesia para asistir a la misa del P. Pío. Luego fue a la sacristía y lo recibió el Padre como al hijo pródigo: con ternura y alegría el P. Pío le puso su mano llagada sobre la cabeza y lo confesó.
El P. Pío tenía también el poder de la clarividencia espiritual por medio de la cual se conoce el estado de la conciencia moral del prójimo, que vienen a ser los secretos más escondidos del corazón. Un día estaba el P. Pío en el confesionario de la sacristía y no dejaba de mirar a un señor que hacía fila en medio del grupo de hombres esperando el turno para confesarse. Se dieron cuenta los demás y le hicieron señas que se acercara. Cuando estuvo cerca del confesionario, el P. Pío en voz baja le dijo: -"Padre, si no se pone la sotana, no lo confieso". Se trataba de un religioso dominico que había ido a verificar personalmente lo que se decía del P. Pío.
El don de profecía es una gracia especial que Dios concede a algunas almas privilegiadas para prever cosas o predecir acontecimientos futuros. El P. Pío tuvo este don y se sirvió de él para el bien de las almas. El señor Alberto Galleti, muy amigo del cardenal Montini, arzobispo de Milán, en junio de 1956 fue a San Giovanni Rotondo y llevó los saludos del cardenal Montini al P. Pío y le pidió una bendición especial para su arzobispo. -No una bendición, sino un río de bendiciones -dijo el P. Pío. Y añadió: "Tú debes decirle al cardenal Montini que después de éste, él será Papa. ¿Has entendido? Tienes que decírselo, para que se prepare".
Se sabe también lo que le dijo el P. Pío al joven sacerdote Karol Wojtyla cuando en el verano de 1947 fue a San Giovanni Rotondo para encontrarse con él. Platicaron largamente, y después se confesó con el sacerdote de los estigmas. Se sabe que en aquella ocasión el P. Pío le dijo al sacerdote: -Serás obispo y llegarás a ser Papa, y en tu vida correrá mucha sangre.
Cuenta la profesora Wanda Poltawska, polaca, que a causa de una grave enfermedad estaba en el hospital esperando ser operada. La operación, según los médicos, aunque tuviera éxito, no le iba a dar más que un año de vida. La señora Wanda enseñaba psiquiatría en la Universidad de Cracovia, y en aquel tiempo era colaboradora del arzobispo Karol Wojtyla -que posteriormente se convirtió en Juan Pablo II-. En aquellos meses el arzobispo estaba en Roma en ocasión del sínodo de obispos. Cuando supo de la gravísima enfermedad de la doctora, se acordó que en San Giovanni Rotondo tenía a un gran amigo, el P. Pío que había conocido y visitado en el lejano año de 1947, durante unas vacaciones de verano. Por lo tanto, el 17 de noviembre de 1962 le escribió la siguiente carta: "Venerable Padre, te ruego que eleves a Dios una oración por una madre de cuatro hijas, de Cracovia, que pasó cinco años en un campo de concentración de Alemania. Está en gravísimo peligro de perder la vida por un cáncer en la garganta. Ruega para que Dios, por la intercesión de la Santísima Virgen María, le muestre su misericordia a ella y a su familia". El P. Pío, después de haber leído la carta, dijo al mensajero Ángel Battisti, administrador de las obras sociales de San Giovanni Rotondo: -¡A éste no se le puede decir que no! Y añadió: -Guarda esta carta, porque un día será importante-. Once días más tarde, precisamente el 28 de noviembre, el arzobispo de Cracovia volvía a enviar a San Giovanni Rotondo una segunda carta en la que daba gracias a Dios y al P. Pío porque en los últimos exámenes clínicos que le practicaron a la doctora Wanda, poco antes de la operación, los médicos descubrieron que el tumor maligno había desaparecido. "En nombre de la señora Wanda, de su esposo, de sus hijas y mío -decía la carta- te agradezco, venerable padre".
El fenómeno de la bilocación, como el término lo dice, consiste en la presencia simultánea de una misma persona en dos lugares distintos. Es una manifestación del poder de Dios para que una persona pueda socorrer a otra y hacerle un bien. Durante la Segunda Guerra Mundial, varios pilotos anglo-norteamericanos sobrevolaban el Gargano para bombardear la región, y no lo pudieron hacer. Era el territorio del P. Pío. Cuentan que veían delante de ellos a un fraile que tendía los brazos y les impedía desenganchar las bombas. Terminada la guerra, varios de ellos fueron a San Giovanni Rotondo y "con absoluta certeza" reconocieron en el P. Pío al fraile que se metía delante de sus cazabombarderos en pleno vuelo.
Se sabe que el P. Pío llevaba una vez al mes la comunión a la famosa mística Teresa Musco que vivía cerca de Caserta, a muchos kilómetros de San Giovanni Rotondo. Teresa Musco tuvo los estigmas como el P. Pío, sufrió la Pasión del Señor y fue llamada por esto "la mensajera de sangre". En su diario ella llama al P. Pío "el visitador de cada mes". (El monje capuchino pudo hacer esto por medio de su poder de bilocación que le permitía estar espiritualmente en dos sitios al mismo tiempo).
Un día el P. Pío escribió una carta a su director espiritual para pedirle permiso de "ofrecerse como víctima" por las almas del purgatorio (ofrecerse a Dios como "alma víctima" significa estar dispuesto a sufrir lo que sea necesario para beneficio espiritual de otra persona que aún vive o de algunas almas que están padeciendo, como es el caso de las que se encuentran en el Purgatorio). Este deseo fue creciendo cada vez más en el corazón del P. Pío, hasta el punto de transformarse en una verdadera pasión. Al director espiritual le fue favorable dicha petición, y el P. Pío, apoyado por la obediencia, hizo este acto heroico. Desde aquel momento no hubo ninguna barrera entre él y las almas del purgatorio. De esa manera el P. Pío se dio cuenta que el fuego del purgatorio es más fuerte que el fuego natural, sin embargo el sufrimiento mayor es la privación de Dios, aunque se sufre con la hermosa esperanza.
Un verdadero retrato del P. Pío estaría incompleto si no se diera el debido realce a su devoción mariana. Su amor a la Virgen se expresaba en particular por el rezo del santo rosario que llevaba siempre enrollado en la mano o en el brazo, como si fuera un arma empuñada. Una tarde el P. Pío estaba enfermo en su cama y lo asistía su sobrino Mario. El tío le dijo: -Mario, tráeme el arma. El sobrino buscó por aquí y por allá en la celda del monje, sobre la mesa, en el cajón. -Pero, tío, no encuentro ningún arma. -Mira en el bolsillo de mi hábito. El sobrino buscó en el amplio bolsillo. Y nada. -Tío, solamente está tu rosario. -¡Tonto!, ¿no es ésa el arma? -"Toma esta arma", le había dicho una vez en sueños la Santísima Virgen.
CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.
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