ALGUNAS JÓVENES SE PIERDEN
Hace varios años, dos padres de familia, que eran amigos entre sí, me pidieron que hablara con sus hijas adolescentes para hacerlas entrar en razón acerca del comportamiento irregular que estaban llevando. Se lamentaron con tristeza y enojo "que a los trece y catorce años de edad ya se drogan con pastillas tóxicas y no quieren aceptar los consejos que ellos les dan"; se quejaron de que "tienen amistades que no les convienen, y que permanecen en las calles todos los días hasta las tres o cuatro de la madrugada".
Les pedí que las llevaran al sitio donde trabajo para platicar con ellas. Primero llegó una joven, y poco después la otra. Ambas coincidieron en que ya no querían estudiar y que provienen de matrimonios cuyos padres están separados. Una de ellas me comentó y yo lo constaté, que tenía en la muñeca de su brazo izquierdo las huellas de varios cortes que se hizo intencionalmente para quitarse la vida. Se sentía orgullosa de dos tatuajes que permitió le hicieran en su cuerpo, y platicó que a principios de año se escapó de "La Casa de Jesús" en donde su madre la llevó para internarla. Recuerdo que tenía colocado un arete pequeño en forma de arracada en la ceja, y por más que quise captar su atención cuando le estaba hablando, no lo conseguí, porque la observé bostezar cada cinco minutos. La otra joven -después de conversar ampliamente con ella, comentó "que yo estaba mal de la cabeza por todos los consejos que le estaba dando", y le dijo a su padre "que no quería volver a platicar conmigo".
Así se encuentran varias jóvenes en la actualidad: descontroladas, sin esperanza, sin valores morales, sin un plan de vida, perdiendo el tiempo, disgustadas con sus padres, drogándose, desconociendo la verdadera razón por la que se hallan en este mundo, e ignorando la presencia del Espíritu Santo en su cuerpo.
Los padres no pueden platicar con sus hijos, y los hijos no saben escuchar a sus padres. Muchas veces acuden a personas extrañas como en los casos que ahora describo para que sirvan de interlocutores. Los padres tienen mucho que reclamarles a sus hijos, y los hijos tienen bastante que exigirles a sus progenitores, pero no existe comunicación entre ellos. En la época actual, cuando podemos hacer llamadas telefónicas a cualquier parte del mundo y enviar mensajes por "Internet" a los sitios más alejados, no conseguimos comunicarnos con nuestros hijos y mucho menos con nuestro cónyuge. Una muralla separa a las personas y las mantiene aisladas. La joven que fue llevada a "La Casa de Jesús", no comprendió desgraciadamente que ésa era su única salvación, y no la aprovechó. Se disgustó con las religiosas, las insultó y finalmente se escapó cuando vio la oportunidad de hacerlo. No entendió que si la despertaban a las cinco de la mañana para asearse, acudir a misa y hacer oración, era con la finalidad de sembrar en ella la semilla del orden, de la disciplina, del sacrificio y de la fe, fortaleciendo como consecuencia su carácter y enseñándole las buenas costumbres que hubieran podido haber hecho de su persona una mujer correcta, una buena cristiana y una excelente madre de familia.
Sus padres -a pesar de permanecer separados entre sí, temían que perdiera la oportunidad de estudiar, que volviera a intentar suicidarse, que continuara drogándose y que sostuviera relaciones sexuales con sus compañeros de pandilla. Esa no es vida para unos progenitores que esperan lo mejor para sus hijas. Cuando se mezcla la época de la adolescencia, con todo lo moralmente malo que ofrecen "las amistades" de la calle, en verdad que es muy difícil intentar ayudarlas, porque a todo dicen que "no" y se rebelan contra las órdenes que se les dan. Muchas veces permanecemos sordos para escuchar consejos, y con el tiempo habremos de arrepentirnos.
En los Estados Unidos, los padres arrojan a sus hijos y a sus hijas a la calle cuando son jóvenes, y estos se van a vivir a un departamento. Eso es "normal" entre ellos, pero las consecuencias que se acarrean a lo largo de la vida son graves porque no se presenta el fortalecimiento de las buenas costumbres que son necesarias para la proliferación de los principios morales básicos y para una sana integración de las familias.
El buen ejemplo de los padres en el hogar es definitivo para que aprendan a ver el mundo desde un entorno cristiano. Es de tal importancia la familia -por voluntad divina, que en ella tiene su principio la acción evangelizadora de la Iglesia. Ella es el primer ambiente apto para sembrar la semilla del Evangelio y donde los padres e hijos, como células vivas, van asimilando el ideal cristiano del servicio a Dios y a los hermanos.
Frecuentemente vemos con tristeza en muchas familias que los padres se divorcian y cada uno hace de su propia vida lo que quiere uniéndose a otra persona. ¿Qué ejemplo pueden dar a sus hijos actuando de esa manera?
La familia, es la pieza más importante de la sociedad, donde Dios tiene su más firme apoyo. Y, quizá, la más atacada desde todos los frentes. Los padres deben de estar conscientes de que ningún poder terreno puede eximirles de esta responsabilidad, que les ha sido dada por Dios en relación con sus hijos. Al final de nuestra vida, nadie responderá por nosotros ante Dios cuando nos dirija la pregunta: "¿Dónde están los que te di?" Ojalá que podamos contestar: "No he perdido a ninguno de los que me diste, porque supimos poner, Señor, con tu Gracia, medios ordinarios y extraordinarios para que ninguno se extraviara".
Casi siempre la vida de los seres humanos se convierte con el tiempo en un calvario, problemas y más problemas nos agobian constantemente, pero eso no es excusa para olvidar nuestros deberes familiares, porque muy pronto las personas y las cosas que dependen de nosotros comenzarán a desmoronarse. En lugar de huir, integrémonos más; en vez de reñir, amemos más a los nuestros; en lugar de hacernos los desentendidos, permanezcamos al pendiente de lo que está sucediendo. Cada quien en su sitio, cada uno cumpliendo fielmente con la misión que Dios le ha confiado. De esa manera, la familia triunfará y quedarán atrás los días de los divorcios, de las drogas, de las pandillas, de los insultos que dividen, de las tentativas de suicidio, de los tatuajes que denigran y de las arracadas en las cejas para intentar llamar la atención.
La semana pasada, después de varios años de no saber absolutamente nada de esos padres de familia y de sus hijas, volví a ver a uno de ellos en el sitio donde trabajo. Llegó muy contento a saludarme. Con una gran sonrisa en los labios comentó orgulloso que su hija -aquélla que tanto lo mortificó escapándose de "La Casa de Jesús" y haciendo de su vida un desorden completo, muy pronto contraería matrimonio. Me preguntó si quería saludarla -porque se había quedado en la banqueta platicando con su novio. Le dije que sí. A los dos minutos llegó la pareja y conversamos un rato. En silencio recordé aquella lejana entrevista en la cual me desesperé al sentir que nada se había ganado, y en la cual hice corajes porque al terminar de hablar con ellas me enteré que habían rayado con graffiti las vitrinas y los aparadores de mi tienda; pero ahora reconozco que las oraciones, los desvelos y la terquedad de sus padres transformaron para bien por lo menos un alma que estuvo a punto de perderse.
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