DESAFÍOS DE NUESTRO TIEMPO
Ver la acción de Dios en la historia y detectar en los acontecimientos su voluntad, fue para el padre Kentenich -fundador del Movimiento de Schoenstatt- una verdadera pasión. Constantemente decía que la voz del tiempo es la voz de Dios. Con mirada de fe auscultó los signos de los tiempos y dedujo de ellos las urgentes tareas que se imponen al cristiano actual: la forjación de una nueva comunidad basada en hombres y mujeres nuevos, libres, solidarios, y profundamente anclados en Dios, con una cultura nueva impregnada por la fuerza vital del Evangelio.
El P. Kentenich afirmó que en nuestros tiempos, el hombre se encuentra fuertemente conformado, transformado e incluso deformado, por las circunstancias y por la situación de la época, lo que se traduce en que el mundo, y con ello también el mundo interior del hombre, está desquiciado.
La causa de ello es que la humanidad ha perdido su centro de gravedad. Ese centro de gravedad tan importante es el Dios vivo y el orden de ser y de vida objetivo diseñado y creado por Dios, es decir, la ley eterna. "Podemos comparar a la humanidad actual con un ebrio que se encuentra ante un abismo". "Cada vez caemos más profundamente hacia el fondo del precipicio".
El P. Kentenich dijo al respecto: ¡Bienaventurados todos los educadores que intervienen con coraje en esta situación que hace peligrar la estabilidad espiritual del ser humano! Las facultades del hombre actual se muestran ampliamente empobrecidas. Se ha llegado tan lejos, es tan fuerte el desequilibrio de la sociedad actual, que con razón podemos hablar de un hombre deshumanizado. Se ha perdido la fe en el más allá y en la vida después de la muerte. La mayor tragedia, pero también la llave para la comprensión de la historia actual, consiste en que el hombre se ha apegado a la materia con todo el ardor de una fuerza e intimidad religiosa.
A todo esto se agrega que la vida, hoy día, es tan intrincada y tan problemática, que a la larga, sin una visión clara y sin un profundo amor a la verdad, no podremos salir adelante.
San Agustín nos dice: La voluntad de Dios es que todo espíritu desordenado se castiga por sí mismo. Desordenado es aquello que se ha apartado del orden establecido por Dios. Por consiguiente, la característica del mundo actual es la falta de paz. Por el hecho de haberse separado el hombre de Dios, por doquier se constata la confusión y el desorden. "Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen". (Jeremías, 2.12)
La humanidad sin Dios y sin religiosidad se convierte en brutalidad. Hemos construido un mundo nuevo donde el gran ausente es el que nos creó, y eso no funciona. Cada acto inmoral no sólo es un acto carente de valor, sino también es un ataque al Creador de ese orden. Al permitir el pecado, Dios pretende que abracemos nuevamente lo bueno y lo noble. Mientras más profundo hayamos caído en el abismo, mientras más desvalidos nos sintamos ante la majestad de Dios, tanto más sentimos el impulso de deshacernos de aquello que nos tenía atrapados, y de abrazar lo bueno que antes habíamos negado. Sin el arrepentimiento nunca llegaremos a ser interiormente libres.
Varios de estos pensamientos datan de una época en que el P. Kentenich visitó y vivió en el Continente Americano entre 1947 y 1952, pero dan la impresión de que nos los dice ahora, en el mundo violento, desordenado y alejado de Dios en que vivimos. A pesar de todo, el P. Kentenich conservó siempre la esperanza de que el Señor finalmente impedirá la total desintegración de la naturaleza humana.
En momentos como éste, cuando se nos dificulta ser auténticos cristianos, hagamos un esfuerzo adicional para seguir a Jesucristo. Es necesario entrar en los caminos que conducen a la conversión. El pecado deja una huella en el alma que es preciso borrar con dolor y con amor. Tenemos un tiempo para nuestra vida y debemos aprovecharlo, porque la llamada de Jesucristo pudiera ser la última que se nos da. No por ser "cristianos de nombre" obtendremos la tan codiciada salvación, necesitamos hacer un esfuerzo y dar frutos para no convertirnos en un estorbo al plan del gran Arquitecto de la creación. ¿Qué estamos haciendo por el buen Dios que nos ha dado tanto? ¿Cómo estamos manejando ese tránsito de nuestro cuerpo y de nuestra alma por este mundo?
Cristo es el remedio de nuestros males. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico. No sólo se santifica el que nunca cae sino el que siempre se levanta. Debemos acercarnos a nuestro Padre como aquellas gentes sencillas que le rodeaban; me refiero a los ciegos, los cojos, los paralíticos y los leprosos que deseaban ardientemente su curación. Aleja Señor las infecciones de nuestras llagas, corta la podredumbre de nuestros pecados, perdona a los que han privado de la vida a otros y permite que lloren sus culpas inmersos en un gran arrepentimiento. Ven pronto a destruir las pasiones escondidas y restituye el amor en las parejas distanciadas. Sana nuestras heridas y cambia nuestra vida, no permitas que la enfermedad se propague a todo el cuerpo. Al final, lo único verdaderamente importante es, con la misericordia de Dios, alcanzar el cielo.
El mundo está necesitado de Dios, mas cuanto con mayor frecuencia repite que no tiene necesidad de Él. El Señor quiere un puñado de hombres y mujeres valientes que trabajen física y mentalmente para llevar almas al Reino de los Cielos. Pasemos por la vida haciendo el bien y arrepintámonos de las tantas veces que nos comportamos mal. El señor nos reconforta en los momentos más duros con la esperanza de la Vida eterna.
Reconciliémonos con Dios, no dejemos las cosas así, no permitamos que el demonio avance más de lo que ya lo ha hecho. Empecemos el día de mañana con una vida nueva, sigamos adelante a pesar de las caídas y de las infidelidades. No nos cansemos de pedir perdón a nuestro Padre por no haber escuchado su llamado con anterioridad. Nuestra vida se va, pero aún tenemos tiempo, no lo dejemos para después, porque no sabemos si para nosotros habrá un mañana. La búsqueda nos conduce a la paz y como consecuencia a la felicidad. ¿No es acaso esto lo que estamos buscando? Pidámosle pues con humildad que a partir del día de hoy sepamos aprovechar nuestra vida del mejor de los modos, y que todo sea para una mayor gloria de Dios.
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