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Jacobo Zarzar Gidi

LOS TALENTOS

Cada uno de nosotros podemos llegar a ser del grupo de los más íntimos de Jesucristo escuchando confidencias entrañables del Maestro, siempre y cuando acatemos el mandato de evangelizar a los más que podamos de todos aquéllos que aún no lo conocen. Para conseguirlo, es importante no poner nuestro corazón en los bienes de la tierra porque si lo hacemos, nosotros mismos nos incapacitaremos para encontrar al Señor. Quien tiene el corazón repleto de bienes materiales -en sus muchas manifestaciones de apego a los lujos, a la comodidad y al querer poseer cada vez más- no puede amar a Jesús, porque no se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero.

En los últimos años, el mundo entero se deslumbró por la riqueza de unos cuantos "que servían de ejemplo" porque poseían miles de millones de dólares. Mucha gente que los observaba envidiándolos, no se conformó con tener una casa, ahora querían tener dos, una para vivir y la otra para disfrutar las vacaciones. No se resignaron a tener un solo auto, ahora querían tener la cochera llena de carros. Hicimos de los bienes materiales un cúmulo de ídolos que en repetidas ocasiones llegó a reemplazar a Dios. Y cuando mucha gente se sentía segura en su economía porque tenía "los graneros llenos", de pronto, sintieron el jalón hacia abajo, y brotó una cadena de problemas que ni siquiera la nación más poderosa del mundo ha podido solucionar.

Todo empezó a retroceder, las cosas que anteriormente tenían valor, ahora carecen de él. Grandes empresas quebraron, las acciones descendieron, el valor de las propiedades se desplomó. Los compradores de bienes y servicios disminuyeron, y millones de empleos se están perdiendo alrededor del mundo. Estábamos fincando nuestra seguridad únicamente en los bienes materiales, y ahora nos enfrentamos a una larga y terrible realidad. Cometimos idolatría al poner nuestro único y principal deseo en las cosas de la tierra como si fueran un bien absoluto. Con toda seguridad, esta sacudida que el mundo siente en la actualidad, es un aviso importante que Dios nos envía para que le demos valor a las cosas que verdaderamente lo tienen.

Jesucristo condenó más de una vez el mal uso de las riquezas. Por eso, el cristiano, ha de examinar con frecuencia si ama la sobriedad y la templanza, si está realmente desprendido de las cosas de la tierra, si valora más los bienes del alma que los del cuerpo, si utiliza correctamente los bienes que le fueron otorgados en administración para hacer el bien, si le acercan a Dios o lo separan de Él, si es parco en las necesidades personales restringiendo los gastos superfluos, no cediendo a los caprichos, y vigilando la tendencia a crearse falsas necesidades. ¡Qué desgracia sería si alguna vez no viéramos a Jesús que pasa a nuestro lado, por tener el corazón puesto en algo que pronto hemos de dejar! Cosas que en verdad valen tan poco, a pesar de que en esos momentos les demos un gran valor, en comparación con las enormes riquezas sin límite que Cristo ofrece al que lo sigue.

Todos hemos recibido numerosos talentos que el Señor nos ha dado. A unos más que a otros, pero al que más le dio, más le exigirá. Los dones, no necesariamente se refieren al dinero o las propiedades que cada uno haya podido reunir en la vida, sino a muchas otras cosas más de verdadero valor que el Señor nos entregó en custodia para que las multiplicásemos al ciento por uno. Nos dio la existencia, que casi siempre no la valoramos y algunas veces nosotros mismos atentamos contra ella con esos vicios que vamos recogiendo al ir avanzando por el sendero de la vida. Nos dio la capacidad de amar, que desaprovechamos al no decirle a Dios que lo estamos queriendo por encima de cualquier persona o cosa. Nos dio la posibilidad de evangelizar convirtiéndonos en soldados de Cristo, y no hemos dado un paso al frente para difundir con valor y en voz alta su Palabra, su Amor y su Perdón. Nos entregó un alma que es inmortal, y por no haberla visto físicamente, dudamos de su existencia con una facilidad asombrosa. Nos dio sentimientos, para compadecernos del dolor ajeno, pero nos hemos hecho muy insensibles, y las lágrimas de los demás ya no alteran nuestro sueño. Nos permitió nacer en una familia que muchas de las veces no hemos conseguido que permanezca unida. Nos dio la esperanza para que en los momentos más difíciles mantuviéramos la calma.

Si no multiplicamos los talentos recibidos, estamos traicionando la confianza que Jesús depositó en cada uno de nosotros; le estamos dando la espalda a Dios al exaltar el placer y el erotismo; nos estamos degradando por el abuso del alcohol y el consumo de las drogas; y permanecemos temerosos frente a la muerte al no tener fe en nuestro Amado Maestro. Todo ello ha producido hombres y mujeres faltos de ideales, sin criterio, sin audacia, sin sueños, que van por la vida sin comprometerse por Dios, sin arriesgarse, sin reconocerlo siquiera. ¿Qué he hecho del joven que fui? ¿Qué he hecho de los dones que Dios me entregó? ¿Qué hice con lo que Dios sembró en mí alma?

Los dones recibidos se comparten con generosidad a otras personas que carecen de ellos, y es entonces cuando se transforman en semilla vigorosa que al caer en buena tierra rinden frutos abundantes. Enterrar los dones es sepultar en vida lo que nos queda de vida; es morir antes de morir; es rendirse y claudicar antes de que empiece la guerra. Un cambio y un esfuerzo adicional de nuestra parte -sin egoísmos-, ayudará a que la sociedad progrese y sea cada vez más humana.

Luchemos diariamente para darle sentido a nuestra vida poniendo cada uno de nosotros un granito de arena. El Señor espera ver bien administrada su hacienda; y espera un rendimiento acorde con lo recibido. No enterremos los talentos en la tierra, porque si lo hacemos, nuestra vida estará llena de omisiones, de oportunidades desaprovechadas, de bienes materiales y de tiempo malgastado.

No lleguemos al final de nuestra vida con las manos vacías, porque enterrar los talentos es tener capacidad de amar y no haber amado; poder hacer felices a quienes están junto a nosotros y dejarlos hundidos en la tristeza; tener bienes y no hacer el bien con ellos; poder llevar a Dios a otros, y desaprovechar la ocasión que se nos presenta. El tiempo será siempre escaso para realizar todo lo que el Señor espera de nosotros, no vivamos en la mediocridad la vida interior que está destinada a crecer. Un día más de vida es un verdadero tesoro, es una valiosa oportunidad que no debemos desperdiciar.

jacobozarzar@yahoo.com

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