EL AMOR VERDADERO
Cada vez nos encontramos por el camino de la vida a un mayor número de hombres jóvenes que no desean contraer matrimonio. Se relacionan sexualmente con diferentes mujeres, y están convencidos de que no quieren tener compromiso estable con ninguna de ellas. Todo esto se debe, entre otras cosas, a que la mayoría de esos jóvenes conoce a una o varias parejas que contrajeron matrimonio y a los pocos años se divorciaron por algún motivo. Se dan cuenta también que esas parejas, después de separarse, comienzan un segundo calvario durante el tiempo que dura su divorcio, y un tercero surge cada vez que alguno de ellos desea visitar a sus propios hijos.
Ante esa situación que se repite constantemente en la sociedad, los jóvenes que he mencionado, toman la firme determinación de no contraer matrimonio. Prefieren "vivir en libertad", seguir siendo solteros y "disfrutar" de la vida sin tener un compromiso estable. Si sus padres tienen mucho dinero, se la pasan viajando con amigos por todo el mundo y llevan el riesgo de desarraigarse por completo de la familia. Esta filosofía "novedosa" tiende a ser adoptada por un número cada vez mayor de personas.
Con ese panorama tan desolador que con frecuencia nuestros jóvenes están observando en la vida diaria, se dificulta comprender lo que significa "el verdadero amor en el matrimonio", y por eso lo rehuyen. Para entenderlo bien, relataré una historia verdadera que aconteció hace varios años en una ciudad del Estado de Michoacán.
Al estar en clases, un maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que se declaraba en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el único y verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga, en lugar de entrar a la "hueca monotonía del matrimonio". El maestro les escuchó con atención y después les relató un testimonio personal: "Mis padres vivieron 55 años de casados. Una mañana, mi madre bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno cuando sufrió un infarto y cayó al suelo. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad la condujo hasta el hospital más cercano mientras su corazón se despedazaba en profunda agonía. Cuando llegó, por desgracia, ella ya había fallecido.
Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche, todos los hijos nos reunimos en su casa para acompañarlo en su dolor que también era el nuestro. En un ambiente triste y de nostalgia, recordamos hermosas anécdotas de nuestros padres, el amor y el respeto que ellos se tenían, y todo el esfuerzo que siempre hicieron para mantener vivo el espíritu de unidad en la familia. En un determinado momento, mi padre pidió a mi hermano menor -por ser el más espiritual-, que dijera alguna reflexión sobre la muerte y la eternidad.
Mi hermano comenzó a hablar de la Vida después de la muerte, y recordó que Nuestro Señor Jesucristo tiene para cada uno de nosotros una morada en el cielo que será eterna. Nos habló de la oración que puede cambiarlo todo -aclarando que nada hay más humano que rezar-, porque la oración brinda protección espiritual, discernimiento, consuelo y gracia, puede convertir corazones que van por caminos equivocados y producir paz. Puede enmendar a los pecadores y sacar almas del purgatorio. En ocasiones, la oración puede, incluso, dar como resultado algunos milagros.
Mi padre escuchaba con gran atención, cuando de pronto, pidió que lo llevasen al cementerio. "Papá", -respondimos. "Son las 11 de la noche. No podemos ir al cementerio ahora" Mi padre alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: -"No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa durante 55 años". Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador y, con una linterna llegamos a la fría lápida.
Mi padre la acarició, lloró abundantes lágrimas, oró durante varios minutos, y finalmente nos dijo a sus hijos -que contemplábamos la escena conmovidos-: "Fueron 55 buenos años... ¿saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así. Ella le dio sentido a mi vida. Ahora guardo como un tesoro cada uno de los hermosos recuerdos que me dejó". Hizo una pausa, se limpió el rostro y continuó: -"Estuvimos juntos en todo desde que nos unimos en eternos lazos. Compartimos alegrías y penas, semanas tranquilas y meses de angustia. Juntos estuvimos cuando nacieron ustedes, cuando me echaron del trabajo por la edad que tenía, y cuando enfermaron. Siempre estuvimos uno al lado del otro. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos crecer y terminar sus carreras, lloramos cuando fallecieron nuestros seres queridos, rezamos en los pasillos de muchos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos reconfortamos mutuamente, nos abrazamos y perdonamos nuestras faltas.Cuando me sentía cansado, ella me reanimaba, y pedíamos a Dios fortaleza para seguir avanzando. Con el tiempo, los dos fuimos envejeciendo, pero siempre la seguí viendo hermosa. Mis recuerdos, todos ellos, los conservo en el corazón, y algunos objetos sentimentalmente valiosos, los tengo bajo llave en el viejo arcón.
Ahora siento un gran vacío que nadie lo podrá llenar, pero yo seguiré amando la vida, tratando de guiar a mis hijos y a mis nietos por el mejor de los caminos, porque la formación del carácter comienza en la infancia y continúa hasta la muerte. Comprométanse con Jesucristo, tomen decisiones definitivas, sobre todo en momentos como este en que reina la filosofía de lo pasajero. Recuerden siempre que tienen una gran responsabilidad con su entorno, porque así como son las familias, será la sociedad; y toda historia es incomprensible sin Jesucristo.
Más en la página 5
Más allá de la palabras viene de la página 4
Sean siempre agradecidos y lleven un mensaje valiente a la humanidad. Sigan luchando por lo que creen, alcen su voz cuando vean una injusticia, defiendan la institución familiar y protejan la vida desde la concepción, recen para cambiar al mundo y sigan confiando en Dios.
Siempre supimos que estábamos conectados a un Universo maravilloso y jamás pensamos que cada uno de nuestros días era tan solo un día más en nuestra existencia. Valoramos y celebramos cada uno de ellos por tratarse de un gran regalo del cielo, los apreciamos en lo individual como fuera el último que se nos obsequiaría. Dimos gracias al Señor por su gran misericordia, y por ese amor infinito que siempre nos demostró.
Hijos, ahora me siento tranquilo, ¿saben por qué?, porque se fue antes que yo, y de esa manera ella no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida."
Cuando mi padre guardó silencio, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado en lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló: "Todo está bien hijos, podemos irnos a casa". Cada uno de nosotros entendió a la perfección lo que es el amor verdadero, que dista mucho del frágil y perecedero romanticismo y nada tiene que ver con el erotismo. Más bien es una comunión de corazones que es posible porque somos imagen y semejanza de Dios. Es una alianza que va mucho más allá de los sentidos y es capaz de cualquier sacrificio por el otro".
Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle. Esa clase de amor les superaba en grande. Pero, aunque no tuvieron la valentía de aceptarlo de inmediato, presintieron que se encontraban ante el amor verdadero y que todo lo demás era vano y superficial. El maestro les había dado la lección más importante de su vida.
Cada vez nos encontramos por el camino de la vida a un mayor número de hombres jóvenes que no desean contraer matrimonio. Se relacionan sexualmente con diferentes mujeres, y están convencidos de que no quieren tener compromiso estable con ninguna de ellas. Todo esto se debe, entre otras cosas, a que la mayoría de esos jóvenes conoce a una o varias parejas que contrajeron matrimonio y a los pocos años se divorciaron por algún motivo. Se dan cuenta también que esas parejas, después de separarse, comienzan un segundo calvario durante el tiempo que dura su divorcio, y un tercero surge cada vez que alguno de ellos desea visitar a sus propios hijos.
Ante esa situación que se repite constantemente en la sociedad, los jóvenes que he mencionado, toman la firme determinación de no contraer matrimonio. Prefieren "vivir en libertad", seguir siendo solteros y "disfrutar" de la vida sin tener un compromiso estable. Si sus padres tienen mucho dinero, se la pasan viajando con amigos por todo el mundo y llevan el riesgo de desarraigarse por completo de la familia. Esta filosofía "novedosa" tiende a ser adoptada por un número cada vez mayor de personas.
Con ese panorama tan desolador que con frecuencia nuestros jóvenes están observando en la vida diaria, se dificulta comprender lo que significa "el verdadero amor en el matrimonio", y por eso lo rehuyen. Para entenderlo bien, relataré una historia verdadera que aconteció hace varios años en una ciudad del Estado de Michoacán.
Al estar en clases, un maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que se declaraba en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el único y verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga, en lugar de entrar a la "hueca monotonía del matrimonio". El maestro les escuchó con atención y después les relató un testimonio personal: "Mis padres vivieron 55 años de casados. Una mañana, mi madre bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno cuando sufrió un infarto y cayó al suelo. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad la condujo hasta el hospital más cercano mientras su corazón se despedazaba en profunda agonía. Cuando llegó, por desgracia, ella ya había fallecido.
Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche, todos los hijos nos reunimos en su casa para acompañarlo en su dolor que también era el nuestro. En un ambiente triste y de nostalgia, recordamos hermosas anécdotas de nuestros padres, el amor y el respeto que ellos se tenían, y todo el esfuerzo que siempre hicieron para mantener vivo el espíritu de unidad en la familia. En un determinado momento, mi padre pidió a mi hermano menor -por ser el más espiritual-, que dijera alguna reflexión sobre la muerte y la eternidad.
Mi hermano comenzó a hablar de la Vida después de la muerte, y recordó que Nuestro Señor Jesucristo tiene para cada uno de nosotros una morada en el cielo que será eterna. Nos habló de la oración que puede cambiarlo todo -aclarando que nada hay más humano que rezar-, porque la oración brinda protección espiritual, discernimiento, consuelo y gracia, puede convertir corazones que van por caminos equivocados y producir paz. Puede enmendar a los pecadores y sacar almas del purgatorio. En ocasiones, la oración puede, incluso, dar como resultado algunos milagros.
Mi padre escuchaba con gran atención, cuando de pronto, pidió que lo llevasen al cementerio. "Papá", -respondimos. "Son las 11 de la noche. No podemos ir al cementerio ahora" Mi padre alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: -"No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa durante 55 años". Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador y, con una linterna llegamos a la fría lápida.
Mi padre la acarició, lloró abundantes lágrimas, oró durante varios minutos, y finalmente nos dijo a sus hijos -que contemplábamos la escena conmovidos-: "Fueron 55 buenos años... ¿saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así. Ella le dio sentido a mi vida. Ahora guardo como un tesoro cada uno de los hermosos recuerdos que me dejó". Hizo una pausa, se limpió el rostro y continuó: -"Estuvimos juntos en todo desde que nos unimos en eternos lazos. Compartimos alegrías y penas, semanas tranquilas y meses de angustia. Juntos estuvimos cuando nacieron ustedes, cuando me echaron del trabajo por la edad que tenía, y cuando enfermaron. Siempre estuvimos uno al lado del otro. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos crecer y terminar sus carreras, lloramos cuando fallecieron nuestros seres queridos, rezamos en los pasillos de muchos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos reconfortamos mutuamente, nos abrazamos y perdonamos nuestras faltas.Cuando me sentía cansado, ella me reanimaba, y pedíamos a Dios fortaleza para seguir avanzando. Con el tiempo, los dos fuimos envejeciendo, pero siempre la seguí viendo hermosa. Mis recuerdos, todos ellos, los conservo en el corazón, y algunos objetos sentimentalmente valiosos, los tengo bajo llave en el viejo arcón.
Ahora siento un gran vacío que nadie lo podrá llenar, pero yo seguiré amando la vida, tratando de guiar a mis hijos y a mis nietos por el mejor de los caminos, porque la formación del carácter comienza en la infancia y continúa hasta la muerte. Comprométanse con Jesucristo, tomen decisiones definitivas, sobre todo en momentos como este en que reina la filosofía de lo pasajero. Recuerden siempre que tienen una gran responsabilidad con su entorno, porque así como son las familias, será la sociedad; y toda historia es incomprensible sin Jesucristo.
Sean siempre agradecidos y lleven un mensaje valiente a la humanidad. Sigan luchando por lo que creen, alcen su voz cuando vean una injusticia, defiendan la institución familiar y protejan la vida desde la concepción, recen para cambiar al mundo y sigan confiando en Dios.
Siempre supimos que estábamos conectados a un Universo maravilloso y jamás pensamos que cada uno de nuestros días era tan solo un día más en nuestra existencia. Valoramos y celebramos cada uno de ellos por tratarse de un gran regalo del cielo, los apreciamos en lo individual como fuera el último que se nos obsequiaría. Dimos gracias al Señor por su gran misericordia, y por ese amor infinito que siempre nos demostró.
Hijos, ahora me siento tranquilo, ¿saben por qué?, porque se fue antes que yo, y de esa manera ella no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida."
Cuando mi padre guardó silencio, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado en lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló: "Todo está bien hijos, podemos irnos a casa". Cada uno de nosotros entendió a la perfección lo que es el amor verdadero, que dista mucho del frágil y perecedero romanticismo y nada tiene que ver con el erotismo. Más bien es una comunión de corazones que es posible porque somos imagen y semejanza de Dios. Es una alianza que va mucho más allá de los sentidos y es capaz de cualquier sacrificio por el otro".
Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle. Esa clase de amor les superaba en grande. Pero, aunque no tuvieron la valentía de aceptarlo de inmediato, presintieron que se encontraban ante el amor verdadero y que todo lo demás era vano y superficial. El maestro les había dado la lección más importante de su vida.
jacobozarzar@yahoo.com