CUANDO LOS VIENTOS DEJAN DE SOPLAR
Por estos días, he estado leyendo la vida de San Francisco Javier, y he quedado verdaderamente impresionado por todo lo que hizo este gran español para llevar almas al Cielo. Nació en el Castillo de Javier (Navarra) en el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de San Ignacio de Loyola. Fue ordenado sacerdote en Roma el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. En el año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante once años, y convirtió muchos a la fe. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.
Son pocos los hombres que han tenido el corazón tan grande como para responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra. San Francisco Javier es uno de ellos. Con razón ha sido llamado: "El gigante de la historia de las misiones". El Papa Pío X lo nombró "Patrono oficial de las misiones extranjeras y de todas las obras relacionadas con la propagación de la fe". El famoso historiador Sir Walter Scott comentó de San Francisco Javier: "Supo reunir el valor y la paciencia de un mártir, con el buen sentido, la decisión, la agilidad mental y la habilidad del mejor negociador que haya existido nunca en embajada alguna".
A los dieciocho años fue a estudiar a la Universidad de París, en el colegio de Santa Bárbara, donde obtuvo el grado de licenciado. Dios estaba preparando grandes cosas, por lo que dispuso que Francisco Javier tuviese como compañero de la pensión a Pedro Favre, que más delante sería como él, jesuita y luego beato. También providencialmente conoció a un extraño estudiante llamado Ignacio de Loyola. Al principio Francisco rehusó la influencia de Ignacio el cual le repetía constantemente la frase de Jesucristo: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?". Este pensamiento al principio le parecía fastidioso y contrario a sus aspiraciones, pero poco a poco fue calando y retando su orgullo y vanidad.
Por fin San Ignacio de Loyola logró que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro especial que el mismo Ignacio había desarrollando basado en su propia lucha por la santidad. Se trata de los "Ejercicios Espirituales", que tanto han beneficiado a muchos. Francisco fue guiado poco a poco por Ignacio en aquellos días de profundo combate espiritual y quedó profundamente transformado por la gracia de Dios. Por fin comprendió las palabras de Ignacio: "Un corazón tan grande y un alma tan noble, no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente".
San Francisco llegó a ser uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas, consagrándose al servicio de Dios en Montmartre, en 1534. Hicieron voto de pobreza y castidad como misioneros en total obediencia con el Papa. Junto con ellos, recibió tres años más tarde la ordenación sacerdotal en Venecia, y con ellos compartió las vicisitudes de la naciente Compañía. El hermoso lema escogido por San Ignacio de Loyola para la Compañía de Jesús fue: "Ad maiorem Dei gloriam" (Para una mayor gloria de Dios).
San Ignacio envió a Francisco y a Simón Rodríguez a la India en la primera expedición misional de la Compañía de Jesús. Para embarcarse, llegaron a Lisboa hacia fines de junio, y hasta el 7 de abril del año siguiente emprendió con varios de sus compañeros la gran aventura. Otros cuatro navíos completaban la flota. Había pasajeros, soldados, esclavos y convictos. Había gente de toda clase, de suerte que Javier tuvo que mediar en reyertas, combatir la blasfemia, el juego y otros desórdenes. Francisco se encargó de catequizar a todos. Los domingos predicaba al pie del palo mayor de la nave. Convirtió su camarote en enfermería y se dedicó a cuidar a los enfermos, a pesar de que, al principio del viaje, los mareos le hicieron sufrir mucho a él también. Pronto se desató a bordo una epidemia de escorbuto, y sólo los misioneros se encargaban del cuidado de los enfermos.
Cuando los barcos pasaron al sur de Cabo Verde, frente al continente Africano, los marineros se dieron cuenta que comenzaba la temida "zona de las calmas", una región sin vientos, en que la flota se quedó durante más de un mes completamente inmóvil. Como los barcos necesitaban el viento para avanzar, la situación abordo se volvió desesperante.
Muchas veces en la vida nos pasa lo mismo, sentimos que no avanzamos, que no progresamos; y no nada más eso, sino que retrocedemos en lo económico y en lo espiritual. Todo se queda detenido a pesar del fluir del tiempo en sus horas y en sus días. Son momentos difíciles en que la vida nos pone a prueba, momentos en que se puede perder la fe, la esperanza y la confianza en Dios, porque pensamos que el Señor nos ha abandonado. No vemos nada claro y sentimos que todos los esfuerzos del pasado fueron inútiles. Solamente los que luchan y se vencen a sí mismos pidiendo fortaleza, podrán salir adelante. En momentos complicados lo que debemos hacer es vivir en total esperanza, porque el mayor peligro es dejar de esperar y confiar en la misericordia de Dios. En medio de un mar que calla, esperemos un viento nuevo que nos llevará a puerto seguro. Acompañados del Señor, el camino se nos hará menos áspero.
La expedición navegó meses para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur del continente Africano y llegar a Mozambique. El 6 de mayo de 1542 arribaron a la colonia portuguesa llamada Goa, que actualmente es el estado más pequeño de la India. Había allí un número considerable de cristianos, con obispo, clero y varias iglesias, pero desgraciadamente muchos de los portugueses se habían dejado arrastrar por la ambición, la usura y los vicios, hasta el extremo de que una gran cantidad de ellos abandonaron la fe. Los sacramentos cayeron en desuso; se usaba el rosario únicamente para contar el número de azotes que mandaban dar a sus esclavos. Esto fue un gran reto para San Francisco Javier.
Después de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos en hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo. Todos los domingos celebraba la Misa a los leprosos, predicaba a los cristianos y a los hindúes y visitaba las casas. Combatió el concubinato de los portugueses de todas las clases sociales con las mujeres del país, dado que había en Goa muy pocas portuguesas. Con los pobres comía arroz y dormía en el suelo de una pobre choza. Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores.
"Si no encuentro una barca para llevar la Palabra de Dios a los que no lo conocen -dijo en una ocasión- iré nadando". Y al ver la apatía de los cristianos ante la necesidad de evangelizar comentó: "Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá y todos los peligros del mundo no les espantarían. Ellos son cobardes y apocados porque allí no hay sino almas que ganar. Es necesario que la caridad sea más atrevida que la avaricia".
En 1545 viajó a Indonesia, en 1549 a Japón, y en 1552 a China. Estando a las puertas de China se vio atacado por una fiebre y murió pronunciando el nombre de Jesús. Tenía entonces cuarenta y seis años y había pasado once en el Oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Uno de los tripulantes aconsejó que se llenase de barro el féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas después se procedió a abrir la tumba. Al quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente fresco y que no había perdido el color; también el resto del cuerpo estaba incorrupto y sólo olía a barro. El cuerpo fue trasladado a Malaca (Malasia), y al fin del año lo llevaron a Goa (India), donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Allí reposa todavía, en la Iglesia del Buen Jesús.
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