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Más allá de las palabras

La miel es mucha

Jacobo Zarzar Gidi

En aquellos tiempos, Jesús designó a setenta y dos para que fueran delante de Él, preparando las almas para la llegada de Cristo.

Y les dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos”. Dos mil años después, el campo apostólico continúa siendo inmenso. Son muchas las almas que viven como si Dios no existiera. Padres ymadres de familia que siguen distraídos ocupándose de sus negocios, de sus reuniones sociales, de su apariencia personal, de su casa, de sus hijos, de su futuro, de su celular, y de tantas otras cosas más, que no tienen tiempo para reflexionar en el verdaderomotivo para lo que han venido a este mundo: Esparcir la semilla divina y ayudar a recolectar la cosecha para que no se desperdicie.

El bienestar económico y el consumismo, entremezclados con situaciones de pobreza y de miseria, inspiran y sostienen una existencia que se vive “como si no hubiera Dios”.

La fe cristiana, débil en el corazón de muchos, tiende a ser arrancada de cuajo en los momentos más difíciles que la humanidad padece. Debido a esa debilidad espiritual que se va heredando de generación en generación y contaminando pueblos enteros, el ser humano cae constantemente en inconsolables decepciones, o en la tentación de privarse de la vida, porque un vacío muy grande inunda su alma y no le permite sostener la esperanza. Millones de hombres y mujeres en el mundo tienen tiempo para todo, menos para lo más importante que es la parte espiritual que trasciende y que perdura. Y la vida se les está yendo de las manos.

De allí viene la tristeza de algunos; la desolación y la amargura de otros; la depresión de los que se sienten vacíos; la inquietud de los que se aproximan a la muerte y se dan cuenta que sus manos se encuentran totalmente vacías. Muchas naciones que anteriormente fueron ejemplo de fe viva, ahora están inmersas en la indiferencia religiosa y en el ateísmo.

Hay lugares en donde no se puede sembrar por falta de operarios, y mieses que se pierden porque no hay quien las recoja. Niños y jóvenes, que no escucharon jamás hablar de Jesucristo a un sacerdote o a un laico, fueron creciendo sin fe, debido al pecado de omisión que muchas veces cometemos al quedarnos callados por comodidad, temor o indiferencia.

Y se fueron perdiendo esas almas por culpa nuestra... no sabemos cuántas, no sabemos dónde. No nos damos cuenta que en el mundo está aumentando el número de cristianos, y hay que darles formación.

El Señor quiere servirse ahora de nosotros, como lo hizo en aquel entonces con unos cuantos. ¡Qué felicidad tan grande el saberlo! ¡Qué dicha el sentirnos hijos de Dios y amados por Él! Vayamos rindiendo cuentas de nuestros actos desde ahora, y no esperemos “el momento supremo” en el cual seremos llamados.

No dejemos sólo a Jesucristo, Él tiene trabajo para todos sus hijos, y es el mejor patrón que podemos llegar a encontrar. Difundamos el amor y la urgencia de Dios por todos los rincones de la Tierra, y demos frutos para que la vida de cada uno de nosotros no se desperdicie inútilmente.

El mundo necesita evangelizadores alegres, porque nadie puede sentirse atraído por una persona triste y negativa que se queje al recibir el menor de los contratiempos. Se necesitan apóstoles capacitados y convencidos, con el alma en gracia de Dios -transparente y generosa-, con el corazón dócil y dispuesto a cualquier sacrificio, siempre atento a los dones del Espíritu Santo. Los cristianos convencidos a medias, jamás podrán convencer a persona alguna.

Y para los que no tienen tiempo de evangelizar, pueden dar con su conducta ejemplo de buenos cristianos. Se trata ante todo de despertar la conciencia de nuestra responsabilidad en la labor evangelizadora de la Iglesia enseñando la fe a nuestros hermanos.

La mayor parte del trabajo está todavía por hacerse, y muchos hermanos nuestros que viven dentro y fuera de México necesitan recibir ayuda espiritual de personas generosas que les hablen de Dios.

Un ejército de laicos está esperando ansiosamente que alguien los motive para que comiencen a evangelizar, pero nadie los ha invitado. No se trata de suplir al sacerdote, porque su ministerio sacramental es insustituible. El evangelizador auxilia al sacerdote, convirtiéndose en un laico comprometido, dispuesto a recibir calumnias, incomprensiones y traiciones por su trabajo a favor de Jesucristo, pero con una paz y una alegría personal tan grande, que absolutamente nadie se las puede arrancar.

Ellos tienen muy claro que las obras de Dios deben pasar por el crisol de la Cruz, pues sólo con ella pueden triunfar. Abracemos nuestra cruz, en ella hallaremos consuelo. Hagamos posible que esos evangelizadores que aún no se han atrevido a defender a Jesucristo, remen mar adentro y lancen sus redes en los sitios más inaccesibles. El mundo los necesita para no perderse en el gran vacío de Dios que nos puede llevar a la ruina espiritual. Con amor al Señor, podrán llegar a los sitios más alejados y descuidados de las parroquias, a donde el párroco no llega o no puede llegar.

Podrán llegar hasta donde están los desesperados, los despreciados por la sociedad, los pobres, los angustiados, los que lloran, los cautivos que necesitan romper sus cadenas, los que requieren fortaleza para soportar lo duro de la vida, los que han perdido la fe, los que suplican un apoyo para sostenerse, los que se están divorciando y nadie los orienta para que reestructuren su hogar, los que están pensando abortar, los que han pecado y no encuentran quien los reconforte espiritualmente, los que no saben perdonar, los que tienen temor a la vida y terror a la muerte.

Cuando la gente comprenda que el llamado de Nuestro Señor: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio”, es un llamado personal que nos compete a todos y a cada uno de nosotros, este mundo en que vivimos será verdaderamente hermoso, los hombres nos veremos como hermanos y la paz reinará entre los pueblos que acostumbran hacer la guerra.

Volverán la fe y la esperanza que se había perdido y se restablecerá el reinado de Cristo en todos los corazones buenos.

jacobozarzar@yahoo.com

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