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Jacobo Zarzar Gidi

LA AVARICIA

Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha señalado. Los llamamos "capitales" porque generan otros pecados, otros vicios. Y éstos son: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza. En esta ocasión me voy a referir concretamente a la avaricia.

Santo Tomás de Aquino escribió que la avaricia es un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en el que el hombre deja a un lado las cosas eternas por las cosas temporales. La avaricia se aplica casi siempre a la adquisición de riquezas en particular, convirtiéndose en una verdadera pasión por acumular riquezas. Pero aunque es verdad que la avaricia es paralela a la historia del dinero, no sólo se refiere a los bienes materiales. Se manifiesta también en el campo del saber, al no compartir los conocimientos con otras personas; y en el ámbito afectivo, al no expresar abiertamente los sentimientos y mantenerse distante.

La persona que es avara se siente incómoda a la hora de asumir compromisos, porque piensa que se le pedirá algo de lo que tiene y que por consiguiente empobrecerá. La avaricia tiene como punto de partida el miedo a quedarse sin nada y la falta de confianza en el futuro. Es el temor a que falte lo necesario, por lo que la única forma de pensar en el futuro es almacenar, guardando para un mañana incierto. Este acumular hace que muchas veces el avaro viva en la miseria por no gastar.

El avaro puede convertirse en una persona aislada socialmente, al vivir intentando proteger su privacidad. Se amuralla para no ser invadido y esta amenaza puede ser su tumba, por lo que se convierte en un castillo impenetrable. Su vida es una falta de esperanza y de generosidad. Se olvida de lo más esencial en la vida que es vivir disfrutando y compartiendo lo que se tiene con los demás, confiando en la Divina Providencia para el futuro. La soledad y la amargura son el precio que suele pagarse por la avaricia.

Nuestro señor Jesucristo propone a sus seguidores que el Padre conoce todas sus necesidades, por lo que nuestra actitud no debe ser otra que la confianza, incluso cuando los acontecimientos del momento sean dolorosos. La generosidad de Dios siempre está presente en la vida del ser humano, pero no cabe en una persona que sólo está llena de sí misma.

Esopo, el gran escritor griego de fábulas (Siglo VI antes de Jesucristo) nos relata que un avaro convirtió en dinero toda su hacienda y lo invirtió en un lingote de oro. Lo escondió en una pared y se pasaba la vida yendo continuamente a vigilarlo. Una persona observó sus idas y venidas y sospechó la verdad, salió y le quitó el tesoro. El avaro cuando encontró vacío el escondrijo, lloró amargamente y se jaló los cabellos. Alguien que le vio dolerse tanto y que sabía la razón de su desesperación le dijo: -No te aflijas compañero, coge una piedra, ponla en el mismo sitio que el tesoro, porque cuando lo tenías no te serviste de él.

A finales del Siglo XIX, gente muy elegante, al descender de sus lujosos carruajes de la época y al apearse para entrar en el edificio de la bolsa de valores de Nueva York, se topan con una mujer con cara de pocos amigos y vestida con ropas viejas. Todos y cada uno de esos personajes hacen una reverencia frente a ella y le rinden pleitesía, dejando atónitos a los viandantes que por allí transitaban al ver cómo una mujer con aspecto cercano al de una "sin techo" era reverenciada por los hombres más ricos y famosos de la ciudad.

Evidentemente, no se trataba de ninguna vagabunda, sino de Hetty Green, una mujer más temida que apreciada y que controlaba gran parte de las acciones de los grandes negocios que se movían en Wall Street.

Ese descuidado aspecto hizo que, en más de una ocasión, alguna persona que no la conocía le diese una limosna, la cual no devolvía, a pesar de poseer una inmensa fortuna.

A lo largo de cuatro décadas (entre finales del Siglo XIX y principios del XX) Hetty Green fue considerada como la mujer más rica del mundo, al mismo tiempo que se había ganado el de ser la más tacaña y avariciosa, debido a que no gastaba ni un centavo de más ni perdonaba ni una sola de las deudas que alguien había contraído con ella a través de su negocio de prestamista.

Muchos eran los importantes empresarios de Nueva York que tenían alguna deuda asumida con la señora Green, por lo que su fama de implacable la llevaba a ser temida por la mayoría de ellos. No le importaba dejar a familias enteras sin su hogar si con ello podía satisfacer el cobro de una deuda. Este comportamiento y su vestimenta, la llevaron a tener como apodo el mote de "la bruja de Wall Street".

Muchos son los episodios que destacan en su vida por el que la hacían merecedora de tal sobrenombre, aunque quienes más tuvieron que soportar su extrema tacañería fueron los propios miembros de su familia.

Sonado fue en su momento el contrato prematrimonial que hizo al que sería su esposo y por el que no se podría beneficiar de un solo dólar de ella. Pero los realmente afectados fueron sus hijos Edward y Sylvia, ya que a pesar de tener como madre a la mujer más rica del mundo, vivieron de una forma totalmente austera.

Hetty Green, en lugar de tener una casa en propiedad, prefirió vivir en una lúgubre pensión a las afueras de Manhattan. Siempre vestía con las mismas ropas y no se cambiaba de vestido hasta que éste no se caía de viejo (lo lavaba solo en la parte que daba al piso para ahorrar jabón). La comida la compraba en cooperativas y adquiría los productos más baratos, además de que en más de una ocasión acudió a comedores sociales, con tal de ahorrarse el gasto que suponía comer.

En cuestiones de salud fue tremendamente austera, no queriendo gastar ni un solo dólar más de lo necesario e incluso negándose a llamar un médico para que atendiese a alguno de sus hijos. Esta actitud fue fatal para el pequeño Edward quien tras caer y fracturarse la pierna, su madre no quiso gastar dinero en pagar los servicios de un médico y prefirió curarlo ella misma, con la consecuencia de que la herida gangrenó y al niño se le tuvo que amputar la pierna.

Siendo ya anciana, Hetty Green requirió de los cuidados y servicios médicos, pero impidió que se contratase a enfermeras o médicos, intentando corregirse ella misma la grave hernia que tenía, colocándose una tablilla de madera que se la oprimiese y así ahorrarse los 150 dólares que costaba la operación.

Tras sufrir una apoplejía (consecuencia de la cual fallecería en 1916 a la edad de 81 años) su hijo contrató los servicios de una enfermera para que la cuidara, pero la hacía ir vestida de calle y con ropas baratas para hacer creer a su madre que en realidad se trataba de una voluntaria social que acudía gratuitamente.

Tras la muerte de Hetty Green, se calcula que su fortuna ascendía a más de doscientos millones de dólares (que en la actualidad serían alrededor de tres mil millones de dólares).

Durante los siguientes 20 años de vida que le quedaron, Edward se dedicó a dilapidar la parte de la herencia que recibió, despilfarrándola en juergas, apuestas y amantes. Mientras, su hermana Sylvia siguió llevando una vida totalmente austera, y tras fallecer en 195l, todo el patrimonio familiar fue repartido entre 63 organizaciones benéficas.

jacobozarzar@yahoo.com

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