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Jacobo Zarzar Gidi

EL PODER CURATIVO DE LA ORACIÓN

El doctor Larry Dossey nos comenta en su libro titulado "Palabras Sanadoras", varios sucesos que nos permiten comprender la importancia que tiene la oración:

"La primera vez que atendí a un paciente con cáncer incurable en ambos pulmones fue durante el período de residencia que pasé en un hospital de Dallas, Texas. Le expliqué en qué consistía el tratamiento que podíamos ofrecerle, pero fui claro en el sentido de que, a mi parecer, no le serviría de mucho. Con justificada razón, optó por no someterse a ninguna terapia.

Sin embargo, cada vez que pasaba yo por su cuarto del hospital, lo veía rodeado de miembros de su iglesia, que cantaban y oraban con fervor. "Hacen bien, me decía, porque pronto van a cantar y a rezar en su entierro".

Un año después, trabajaba ya en otro sitio cuando un ex compañero del hospital me telefoneó para preguntarme si quería ver a mi antiguo paciente. ¿Verlo?, pensé asombrado. No podía creer que siguiera vivo. Cuando examiné sus radiografías me quedé pasmado: los pulmones se veían completamente limpios; no había el menor rastro de cáncer. -La terapia a que lo sometieron obró maravillas-, comentó el radiólogo asomándose sobre mi hombro.

¿Terapia?, me pregunté. Pero si no recibió ninguna…, a menos que las oraciones lo hayan curado. Les conté del caso a dos ex profesores míos y ninguno quiso creer que la curación del hombre hubiese sido milagrosa. -Fue el curso natural de la enfermedad-, concluyó uno de ellos. El otro alzó los hombros y sólo dijo: -Llega a suceder-.

Hacía mucho tiempo que había renunciado a la fe que me inculcaron de niño. Sólo creía en el poder de la medicina moderna. La oración me parecía algo sin importancia, así que relegué el incidente al olvido.

Pasaron los años y llegué a ser jefe de personal de un importante hospital urbano. Sabía que muchos de mis pacientes recurrían a la oración, pero yo seguía sin confiar en ella. Posteriormente, a fines de los años 80, empecé a encontrar estudios -muchos de ellos realizados en rigurosas condiciones de laboratorio- que indicaban que la oración producía cambios significativos en la evolución de diversos males físicos.

Quizá el más convincente de esos estudios, publicado en 1988, fue el que efectuó el cardiólogo Randolph Byrd en la unidad de enfermedades coronarias del Hospital General de San francisco. Con ayuda de una computadora, se dividió a 393 pacientes en dos grupos: uno lo constituían personas a las que apoyaba un grupo de oración; otro, personas por las que nadie oraba. Nadie sabía a qué grupo pertenecía cada paciente. Los orantes sólo se enteraban del nombre de pila de los enfermos y recibían una breve descripción de sus males. Se les pedía que rezaran diariamente hasta que fueran dados de alta, pero sin indicarles cómo hacerlo ni qué decir.

Diez meses después, cuando el estudio llegó a su fin, se observaron varios beneficios importantes en los enfermos por quienes se había rezado: Tenían cinco veces menos probabilidades de necesitar antibióticos que los del otro grupo; su riesgo de padecer insuficiencia cardiaca congestiva era 2.5 veces menor, y corrían menos riesgo de sufrir un paro cardiaco".

Si lo que se estaba investigando hubiese sido un fármaco o una técnica quirúrgica, y no la oración, sin duda se habría anunciado a los cuatro vientos como un avance científico. Hay cosas que los científicos, entre ellos algunos médicos, se niegan a ver. El poder de la oración parece ser una de ellas. En muchos experimentos, la mera actitud devota -un estado de beatitud en el que se experimenta empatía y solidaridad por el enfermo- al parecer sienta las bases para la curación.

El poder del amor es indiscutible. A lo largo de la historia se ha reconocido que recibir ternura y cariño es parte valiosa de la curación. Una madre que día y noche ha rezado por su hija desahuciada, observa sorprendida que en la actualidad tiene importantes mejorías, y los médicos no se explican cómo es posible que haya vivido todo este tiempo si únicamente le daban semanas de vida. En un estudio con 10,000 hombres enfermos del corazón se observó una diminución de casi 50 por ciento en la incidencia de angina de pecho entre los que sentían el apoyo y amor de su esposa.

Casi todos los sanadores que recurren a la fe y a la oración coinciden en que el amor es la fuerza que les permite llegar a curar, incluso a distancia. La sensación de afecto y solidaridad es tan intensa, que suelen describirla como una "comunión" con la persona por la que rezan. Sólo el amor enciende el fuego de la curación.

Mencionaré también otro caso que nos describe la importancia de la oración. Un misionero en vacaciones contó la siguiente historia cuando visitaba su Iglesia local en Michigan: "Como misionero en un pequeño hospital en el área rural de África, cada dos semanas viajaba a la ciudad en bicicleta para comprar provisiones y medicamentos. El viaje era de dos días y debía atravesar la jungla. Debido a lo largo del viaje, me era necesario acampar en el punto medio, pasar la noche y reanudar mi viaje temprano al día siguiente. En uno de estos viajes, llegué a la ciudad donde planeaba retirar dinero del banco, comprar las medicinas y los víveres, y reanudar mi viaje de dos días de regreso al hospital.

Al terminar mis pendientes en la ciudad, observé a dos hombres peleándose, uno de los cuales estaba bastante herido. Le curé sus heridas y al mismo tiempo le hablé de Nuestro Señor Jesucristo. Después de esto, reanudé mi viaje de regreso al hospital. Esa noche acampé en el punto medio y a la mañana siguiente proseguí mi viaje llegando al hospital sin ningún incidente.

Dos semanas más tarde repetí mi viaje. Cuando llegué a la ciudad se me acercó el hombre al cual yo había atendido en mi viaje anterior y me dijo que la vez pasada, cuando lo curaba, él se dio cuenta de que yo traía dinero y medicinas. El agregó: "Unos amigos y yo te seguimos en tu viaje mientras te adentrabas en la jungla, pues sabíamos que habrías de acampar. Planeábamos matarte y tomar tu dinero y medicinas. Pero en el momento que nos acercamos a tu campamento, pudimos ver que estabas protegido por 26 guardias bien armados".

Ante esto no pude más que reír y le aseguré que yo siempre viajaba solo. El hombre insistió y agregó: "No señor, yo no fui la única persona que vio a los guardias armados, todos mis amigos también los vieron, y no solo eso sino que entre todos los contamos".

En ese momento, uno de los hombres en la Iglesia se puso de pie y le pidió al misionero que por favor le dijera la fecha exacta de cuando sucedió ese hecho. El misionero les dijo la fecha y el mismo hombre relató la siguiente historia: "En la noche de tu incidente en África, era de mañana en esta parte del mundo, y yo me encontraba con unos amigos. Estábamos a punto de comenzar un juego de golf, cuando sentí una imperiosa necesidad de orar por ti, de hecho, el llamado que el Señor hacía era tan fuerte, que llamé a algunas personas de nuestra iglesia para que se reunieran conmigo lo más pronto posible." Entonces, dirigiéndose a la congregación dijo: "Todos los hombres que vinieron en esa ocasión a orar, ¿podrían por favor ponerse de pie?" Todos los hombres que habían acudido a orar por él se pusieron de pie, el misionero no estaba tan preocupado por saber quiénes eran, más bien se dedicó a contarlos… eran 26.

jacobozarzar@yahoo.com

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