GRACIAS
Humilde hija de un molinero, Bernardita Soubirous (1844-1879) es testigo de las 18 apariciones Marianas sucedidas en Massabielle, en los Pirineos Franceses, a partir del 11 de febrero de 1858 cuando tenía 14 años. Luisa, su madre, fue siempre muy severa con ella. Frente a las Apariciones mantuvo una actitud inicial hostil. A sus amigas les decía: "¡Oh, Dios mío! Tengo una hija boba y enferma; y ahora hasta se ha puesto a ver visiones".
En el otoño de 1855, en Lourdes, estalla una epidemia de peste y Bernardita que apenas tiene 11 años, es contagiada. Le curan sus llagas en forma rudimentaria. Repetidas fricciones con estropajos ponen al descubierto sus llagas para eliminar la parte gangrenosa y poderlas curar. Con este método dolorosísimo, pero eficaz, se cura, pero le quedarán ataques de asma para toda la vida. Más aún, a ésta se añadirá la tuberculosis ósea en las piernas.
A las once de la mañana del 11 de febrero de 1858, Bernardita, su hermana menor Antonieta, y su amiga Juana Abadie acuden a la zona de Massabielle para recoger leña. "Oí un ruido que parecía una ráfaga de viento… Levanté los ojos hacia la gruta y vi a una mujer vestida de blanco, con un velo blanco, un cinturón azul y una rosa de oro en cada pie". En ese momento nace Lourdes como centro mundial de peregrinación, destinada a llegar a ser una historia de fe, un mensaje de esperanza, una invitación constante a la oración y a la penitencia, un faro encendido de la Virgen Inmaculada para millones de seres humanos deseosos de encontrar, o mejor comprender, el sentido de Dios en su vida.
Varias veces Bernardita le preguntó su nombre a la hermosa Señora, pero Ella únicamente sonreía. Sin embargo, en la aparición número XVI, y ante la insistencia de la jovencita, la Santísima Virgen elevó los ojos al cielo, juntó las manos ante el pecho y pronunció sus últimas palabras: "Yo soy la Inmaculada Concepción".
En 1862, después de una investigación rigurosa, la Iglesia Católica declaró la autenticidad de las apariciones. Mientras las apariciones daban la vuelta al mundo y atraían a miles de peregrinos a Lourdes, Bernardita escogía la vía del silencio y se retiraba a Saint-Gildard, Casa Madre de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Nevers. Transcurrirá allí el resto de su breve existencia, dedicándose al servicio humilde de las hermanas y a la caridad.
El 16 de abril de 1879, después de varios ataques de asma, siguiendo el consejo médico, la recuestan en un sillón para facilitar su respiración. Muere a las 3 de la tarde. Toda su vida, toda su misión, todo su mensaje, lo escribió un día en un pedazo de papel: "Obedecer es amar. Sufrir en silencio por Cristo es alegría. Amar sinceramente es donar todo, aun el dolor".
Murió con sólo 35 años, "triturada" -dijo ella- como un grano de trigo" por una inexorable y dura enfermedad. A través de varias afirmaciones de Bernardita y mediante una explicación de sus sentimientos, se ha compuesto su valioso "testamento espiritual":
"Por la pobreza en la que vivieron papá y mamá, por los fracasos que tuvimos, porque se arruinó el molino, por haber tenido que cuidar niños, vigilar huertos frutales y ovejas; y por mi constante cansancio…, te doy gracias, Jesús.
Te doy las gracias, Dios mío, por el fiscal y por el comisario, por los gendarmes y por las duras palabras del padre Peyramale… No sabré cómo agradecerte, si no es en el paraíso por los días en que viniste, María, y también por aquéllos en que no viniste.
Por la bofetada recibida, y por las burlas y ofensas sufridas, por aquéllos que me tenían por loca, y por aquéllos que veían en mí a una impostora; por alguien que trataba de hacer un negocio…, te doy las gracias, Madre.
Por la ortografía que jamás aprendí, por la mala memoria que siempre tuve, por mi ignorancia y por mi estupidez, te doy las gracias. Te doy las gracias porque si hubiese existido en la tierra una joven más ignorante y tonta, tú la hubieses elegido…
Porque mi madre haya muerto lejos. Por el dolor que sentí cuando mi padre, en vez de abrazar a su pequeña Bernardita, me llamó "hermana María Bernarda…", te doy las gracias.
Te doy las gracias por el corazón que me has dado, tan delicado y sensible, y que colmaste de amargura…
Porque la madre Josefa anunciase que no sirvo para nada, te doy las gracias. Por el sarcasmo de la madre maestra, por su dura voz, por sus injusticias, por su ironía y por el pan de su humillación…, te doy las gracias.
Gracias por haber sido como soy, porque la madre Teresa pudiese decir de mí: "Jamás le cedáis lo suficiente…" Doy las gracias por haber sido una privilegiada en la indicación de mis defectos, y que otras hermanas pudieran decir: "Qué suerte que no soy Bernardita…".
Agradezco haber sido la Bernardita a la que amenazaron con llevarla a la cárcel porque te vi a ti, Madre… Agradezco que fui una Bernardita tan pobre y tan miserable que, cuando me veían, la gente decía: "¿Es ella esa cosa?", -la Bernardita que la gente miraba como si fuese un animal exótico…
Por el cuerpo que me diste, digno de compasión y putrefacto…, por mi enfermedad que arde como el fuego y quema como el humo, por mis huesos podridos, por mis sudores y fiebre, por los dolores agudos y sordos que siento…, te doy gracias, Dios mío.
Y por el alma que me diste, por el desierto de mi sequedad interior, por tus noches y por tus relámpagos, por tus rayos, por todo. Por ti mismo, cuando estuviste presente y cuando faltaste…, te doy las gracias, Jesús".
NOTA: En la Capilla del convento de Saint Gildard, en Nevers, se conserva el cuerpo incorrupto de Bernardita. Su semblante sereno expresa la paz de los justos.
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