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Jacobo Zarzar Gidi

UN GOLPE DE SUERTE

Cuando hablamos de la virtud de la esperanza, no debemos confundirla con "la simple esperanza" que no está fundada en el amor de Dios y que se basa tan sólo en conseguir cosas mundanas. ¡Nada nos gustaría más que ganar millones de pesos en una lotería! De hecho, "esperamos" ganar algún día un premio que transforme nuestra vida y resuelva todos nuestros problemas, los presentes y los futuros. Millones de personas rezan diariamente por un número de suerte que les traiga mayor comodidad y una vida nueva.

Lo que muchas veces no comprendemos es que "esperar" ganar millones en la lotería es no darnos cuenta de los peligros espirituales que pudiera acarrear ese suceso imprevisto. Cuando alguien recibe inesperadamente una gran cantidad de dinero que no es producto de su trabajo diario y honesto, existen muchas probabilidades de que su matrimonio se destruya, que los hijos avancen por un camino equivocado, y que su fe en Dios se volatilice.

Sin embargo, hay casos muy especiales que registra la historia, como el de Eleonor Boyer, una mujer de 73 años de la parroquia de La Inmaculada Concepción en Somerville, Nueva Jersey, que en noviembre de 1997, ganó más de ocho millones de dólares en la lotería estatal. Inmediatamente, Eleonor Boyer anunció que entregaría hasta el último centavo a diversas instituciones de caridad. "Cuento con mi pensión y con el seguro social", dijo. "¡Qué caso tiene dejar que el dinero permanezca dormido en el banco hasta que yo muera!".

Tres semanas después de que le pegó al premio gordo que hubiera permitido a innumerables personas adquirir cualquier cosa que hubiesen deseado, Eleonor Boyer entregó más de cinco millones de dólares a su parroquia, constituida por 2,800 familias y que incluye una escuela primaria y una escuela secundaria. El resto lo donó a personas necesitadas de su barrio y a sus tres sobrinos, únicos parientes cercanos.

Eleonor Boyer no permitió que el haber ganado millones de dólares modificara la sencillez de su vida. No se compró un carro nuevo, sino que siguió manejando su decolorado Chevy Malibú que tenía 28 años de antigüedad. Siguió usando los mismos zapatos y prefirió seguir viviendo en la pequeña casita gris en la que había nacido en 1924; siguió asistiendo a Misa diariamente y pasando el tiempo con sus vecinos como siempre lo había acostumbrado. Su vida no se transformó por haber tenido "ese golpe de suerte". De hecho, se sintió aliviada y feliz cuando finalmente logró deshacerse de todo ese dinero que desde el principio consideró una carga. Apoyó a seis mujeres embarazadas "sin casa" de un pueblo cercano para que las atendieran en los hospitales de la localidad, y cuando dieron a luz continuó ayudándolas durante doce meses más.

Todos sus vecinos trataron de disuadirla de que no donara la totalidad del dinero porque supuestamente les iban a quitar muchos impuestos, y entonces, en lugar de darles el efectivo los ayudó a que compraran sus casas.

Ella siempre dijo que si obtenía el premio planeaba dar la mitad de sus ganancias a la Iglesia; sin embargo, nunca esperó ganar -una expectativa bastante real dadas las probabilidades-, y nunca rezó para ganar. Es más, en ocasiones olvidaba revisar las listas de premiación para ver si había ganado. Acostumbraba decir que, cada vez que compraba un boleto de lotería, sentía que estaba haciendo una donación de dos dólares a los fondos destinados a la educación del Estado, que es a donde van a parar todos los excedentes de la lotería en Nueva Jersey.

El caso de Eleonor Boyer, nos ofrece un excelente ejemplo de la relación entre la virtud de la esperanza y la riqueza inesperada. Cuando contemplamos la virtud de la esperanza en el rostro de alguna persona sencilla, nos sentimos más esperanzados, se nos hace menos dura la vida, y recordamos que el Señor nos espera con un corazón lleno de misericordia.

La acción de Eleonor Boyer cobró más importancia porque al donar esos cinco millones de dólares, benefició a cientos de niños y jóvenes que diariamente acudían a la escuela primaria y secundaria de la Parroquia. Ella conocía sus necesidades y sobre todo sus carencias. En estos momentos recuerdo una frase de la poetisa y educadora chilena Gabriela Mistral que dice así: "Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino".

Eleonor Boyer tenía una fe indestructible. Sus valores no eran tener cosas materiales, sino poder hacer feliz a la gente. Antes de realizar las donaciones, cuando la prensa difundió el nombre de la ganadora, su humilde casa se vio rodeada por varios empleados bancarios que la estuvieron asediando para que les depositara la totalidad del premio. Pero desde su corazón, ella siempre se mantuvo firme para responder al llamado de los más necesitados.

Cuando le preguntaron por qué había regalado todo su dinero, ella respondió: "Dios tiene cuidado de mí, y eso es más que suficiente". Nunca se casó, y ella se mantenía trabajando en una empresa de productos químicos. Cuando su madre enfermó, pidió un permiso especial para cuidarla. Se levantaba a las cinco y media de la mañana para rezar en su casa y a las siete se iba a Misa. Durante muchos años enseñó clases de religión a los niños porque sabía perfectamente que en la niñez es importante conocer a Cristo.

Durante el curso de nuestra vida, estamos constantemente siendo llamados a desprendernos de las cosas materiales y a confiar en la Divina Providencia, pero por lo general no hacemos caso. Queremos seguridad presente y futura; nos preocupamos de lo que sucederá el día de mañana, y seguimos mortificados por lo que aconteció en el pasado. Hemos convertido al dinero en nuestro único dios, y soñamos con una comodidad que jamás gozaremos.

La necedad del hombre consiste en poner su esperanza, su fin último y la garantía de su seguridad en algo frágil y pasajero como los bienes de la tierra, por abundantes que éstos sean. El Señor mismo nos enseña que el objeto principal de la esperanza cristiana no son los bienes de esta vida, sino los tesoros de la herencia incorruptible.

Todo esto nos permite reflexionar en las sabias palabras de Nuestro Señor Jesucristo: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme". Al oír esto el joven, se fue triste, porque tenía muchos bienes. (Mateo 19:21).

jacobozarzar@yahoo.com

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