MI HERMANO ELÍAS
Después de una larga enfermedad no exenta de sufrimientos, mi hermano Elías nos dejó para acudir a la Casa del Padre el día nueve de septiembre del 2013. Falleció a los ochenta y nueve años de edad, de los cuales diez y nueve los pasó en una silla de ruedas. Lo vamos a extrañar mucho, pero no debemos estar tristes, porque Dios nos bendijo al permitir que permaneciera a nuestro lado durante todo ese tiempo.
Nació en su querido Torreón el 14 de noviembre de 1924, y muchos sucesos han acontecido desde entonces. Las hojas del calendario se fueron desprendiendo con una rapidez increíble, y todo ha quedado registrado en "el libro de la vida". Allí se encuentran escritas con toda claridad las acciones y omisiones, las preocupaciones y las angustias, los éxitos y los sinsabores, el trabajo agotador y el descanso que reconforta. Aparecen también como si fuera una película de largo metraje, escenas imborrables e irrepetibles de aquella nuestra querida huerta de Ciudad Lerdo, con la diversidad de árboles frutales que mi padre plantó y cuidaba con esmero.
La vida de mi hermano Elías se encuentra llena de anécdotas interesantes que la gente conoce; durante muchos años permaneció diariamente de sol a sol en la puerta de su tienda para dar atención especial a cada cliente. Siendo yo apenas un niño, en varias ocasiones observé, que después de cerrar su tienda, a las ocho de la noche, todavía se daba tiempo para llevar a entregar uno que otro pedido, que durante el día le habían hecho algún sastre o el dueño de una miscelánea. Lo que más me sorprendía en aquel entonces, era que se trataba de cosas pequeñas, como un corte de casimir para fabricar un pantalón, una docena de cierres, o una simple caja de hilos para coser, marca "Cadena" o "Timón".
Cuando yo era adolescente, me invitó un día con Hilda su esposa y algunos de sus hijos a la ciudad de Laredo, Texas. Yo jamás había cruzado la frontera y estaba muy contento por tratarse de la primera vez. El problema era que todos traían sus documentos en regla, menos yo. Cuando el guardia americano pidió mi pasaporte y la visa, mi hermano le contestó que yo no los tenía. Cuando pidió comprobantes de domicilio o calificaciones del colegio, mi hermano contestó que tampoco los traía. Bastante molesto el guardia subió la voz y nos dijo: "Pero, ¿cómo quieren que lo deje pasar?". Mi hermano le contestó con la tranquilidad que le caracterizaba: "¡Por su benevolencia, señor!". En esos momentos observé sorprendido que aquel hombre de dos metros de alto suavizaba su actitud y ponía su firma y el sello en un papel, para posteriormente decirnos: ¡Adelante, pasen ustedes!
Todos los sábados, cuando iba a trabajar a su tienda, lo observé tener pasión por lo que hacía, y me llamó la atención que atendía en forma por demás esmerada a cada cliente, como mi padre se lo había enseñado. Aprendí que cuando se le da prioridad a las cosas pequeñas, con el paso de los años se pueden obtener grandes satisfacciones que llenan de paz nuestra alma. Me di cuenta con su actitud, que un ejemplo de esfuerzo constante y silencioso es el mejor legado que podemos entregar a nuestros hijos.
La manera de trabajar de mi hermano Elías fue siempre intensa, personal, y sobre todo agotadora, pero nunca se quejó, haciendo hasta lo imposible por dejar satisfecha a toda su clientela.
La fortaleza que siempre tuvo fue un don de Dios, porque su alma se fortalecía con los años al participar aquí en la tierra de Su gracia y de Su gloria. Sus cualidades principales fueron la amabilidad, la paciencia, la tolerancia, la insistencia, la terquedad, la generosidad y la espiritualidad. Fortaleza que después de una terrible embolia venció a la muerte, porque Dios le permitió retomar milagrosamente la conciencia para seguir viviendo y permanecer en contacto con sus semejantes.
Cuando podía quedarse en casa -con toda la justificación del mundo-, se acostumbró a salir por las mañanas en silla de ruedas a dar el pésame a los deudos que el día anterior habían sufrido la muerte de un ser querido. Visitaba a familiares y amigos, o les llamaba por teléfono, para demostrarles abiertamente que aún se encontraban alojados en su corazón. Compartió las alegrías de mucha gente cuando se enteraba que algo positivo había cruzado en su camino. Fue un vivo testimonio de la conservación de un matrimonio cristiano, que a pesar de las dificultades que la vida tiene, se sostuvo sólido como un gran ejemplo para la comunidad, para sus hijos, sus nietos, sus bisnietos y todos sus hermanos.
Cada mañana, al despertar, daba gracias a Dios por un día más de vida; y a pesar de las dificultades que tenía para escuchar, también dio gracias por el sonido. Tuvo oídos sordos cuando alcanzaba a escuchar que alguien en su presencia criticaba a otra persona. Fomentó la espiritualidad de muchos regalándoles diferentes estampas con una oración escrita en el reverso, y fue como un segundo padre para nosotros sus hermanos porque siempre tuvo en el momento oportuno un consejo certero y alentador. En cada época, a infinidad de personas les enriqueció sus vidas y las llenó de esperanza. Y supo perdonar, mucho antes de sentir que la ofensa lo había lastimado.
Algunas veces el sufrimiento puede nulificar la capacidad de vivir, pero mi hermano Elías comprendió que el dolor, que ha separado a muchos de Dios porque no lo han visto a la luz de la fe, lo unió más a Él, que lo consideró hijo predilecto. Se dio cuenta que únicamente de esa manera podía llevar con resignación cristiana su enfermedad y todas las contradicciones que el Señor permitía, y las amó, porque aprendió que también el dolor proviene de un Padre que sólo desea el bien para sus hijos.
Durante todos estos años, mi hermano Elías nos regaló un testimonio de fe y de esperanza, de amor a Dios y a sus semejantes, porque el Señor lo bendijo permitiéndole resarcirse hace diez y nueve años del sitio de oscuridad donde se encontraba. Al estar en la inconsciencia, jamás claudicó, y personas que conocían la fuerza de su espíritu, estuvieron siempre convencidas de que tarde o temprano se incorporaría a la vida normal. Cuando milagrosamente "despertó", todos nosotros e incluso los médicos, nos sorprendimos, y desde entonces, jamás se le escuchó quejarse de su situación y mucho menos renegar de sus males.
El legado que nos dejó es importante, porque enseña a las parejas nuevas a perseverar a pesar de las diferencias de caracteres, a ser felices con esa satisfacción que produce el deber cumplido, a perdonar las veces que sea necesario -hasta setenta veces siete-, a ser agradecidos con la vida a pesar del dolor y de las angustias por las que el hombre y la mujer pasan todos los días.
En su vida hubo alegrías y tristezas, escenas de luz y también de oscuridad, triunfos y decepciones.
Él y su esposa siempre permanecieron juntos: Al nacer los hijos, al enfermarse, cuando los enviaron al colegio, cuando depositaron en su alma la semilla de la fe, cuando tuvieron la satisfacción de verlos terminar sus carreras, cuando lloraron la partida de los seres que amaban, cuando rezaron en la sala de espera de muchos hospitales, cuando se perdonaron mutuamente, cuando se dieron cuenta que los años estaban dejando una huella imborrable en su mente y en su cuerpo, y cuando la tolerancia y la paciencia fueron indispensables para seguir avanzando. Así es el amor verdadero, que perdura a pesar de los contratiempos y que se vive con valentía cada vez que el sol comienza a brillar por la ventana. Es una alianza bendecida por Dios que va mucho más allá de los sentidos y es capaz de sufrir y de negarse cualquier cosa por el otro.
Tomando en cuenta la misericordia y la bondad infinita de Dios, esperamos que en estos momentos mi hermano Elías se encuentre gozando de la vida eterna que el Señor tiene reservada para todos sus hijos. Le damos gracias por lo que nos enseñó y por su silencio enriquecedor que siempre nos envolvía en una oración comunitaria.
Durante la Misa de cenizas, mis ojos no pudieron controlar el llanto cuando miré a sus pequeños nietos repartir a los presentes aquellas estampas con una oración en el reverso… estampas que él ya no tuvo tiempo de obsequiar afuera de las iglesias o en las calles de nuestra ciudad… todo ello sentado en su silla de ruedas.
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