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EL VALOR DE CADA DÍA

Jacobo Zarzar Gidi

La fortaleza es la virtud que nos hace capaces de permanecer fieles a nuestros votos, promesas y compromisos. Es la virtud sobre la cual se construye un matrimonio duradero. Es la virtud que hace posible a los padres seguir cuidando y guiando a sus hijos a través de las épocas buenas y malas. Es la virtud que nos permite seguir adelante a pesar de los duros momentos que tiene la vida.

Un buen sacerdote requiere de fortaleza para perseverar en su fidelidad a sus votos religiosos en los momentos en que todo parece desmoronarse. Un enfermo necesita de la fortaleza para no renegar de Dios cuando su salud se comienza a agravar. Todos necesitamos de la fortaleza para crecer espiritualmente en el viaje tormentoso de la vida.

No debemos rendirnos cuando el mundo flaquea, cuando los valores morales escasean, cuando vivir "la buena vida" parece ser lo más importante antes de que la vejez nos alcance. No debemos rendirnos a pesar de las dificultades diarias, de la vida tediosa, de los miedos y de las presiones que nos invitan a la desesperación.

En los momentos de sufrimiento, vaciedad e incertidumbre, Dios permite que la fortaleza nos saque adelante. Jesucristo animaba frecuentemente a sus seguidores a ser valientes y a no tener miedo. Y en esta época en la cual abunda la desconfianza y el temor, acerquémonos al que todo lo puede para que la depresión no frene nuestros esfuerzos echando a perder lo que tanto nos ha costado conseguir.

La fortaleza es la virtud que nos guía a través de la oscuridad de la noche por ese camino sinuoso que da la impresión de ser el peor que hemos transitado. La virtud de la fortaleza cree en la luz incluso cuando la noche es más oscura. La virtud de la fortaleza nos da un empujoncito cuando más lo necesitamos, cuando todos nos han abandonado, cuando nuestras fuerzas están a punto de sucumbir.

En ese caminar escabroso de la vida vamos a sufrir pruebas diversas en las cuales el alma puede salir fortalecida con la ayuda de la Gracia. San Juan de la Cruz nos dice: "Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior". Estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. El Señor nos dará en el momento oportuno las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa Cruz y nos llenará de gracias y frutos inimaginables. La Cruz -pequeña o grande- aceptada, produce paz y gozo en medio del dolor, y está cargada de méritos para la vida eterna. En cambio, el cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio, no encontrará a Dios, no encontrará la felicidad.

Pueden venir dificultades económicas, familiares, de enfermedad, de cansancio, de desaliento, de abandono. La paciencia, elemento esencial de la fortaleza, es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia. Esto será posible si tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, y a no quebrarnos, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. La paciencia, según San Agustín, es "la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males". Esa paciencia es la que soportaron nuestros antepasados que vivieron revoluciones, guerras, desarraigo, pobreza, amenazas, y tantas otras situaciones terribles que les hacía temer por su vida.

Cuando éramos niños se nos enseñó a soportar con buen ánimo, por amor a Dios, sin quejas, los sufrimientos físicos y morales que fueran surgiendo. Ahora, al no hacerlo así, estamos desperdiciando ese tesoro espiritual que pudiéramos estar ganando para la vida eterna.

Levántate, muévete, anímate, no te rindas, deja de sentir lástima de ti mismo y vuelve a confiar; mañana será un nuevo día y un viento fresco te hará sentir la presencia de Dios en tu vida. Mucha gente vive como si el Señor -nuestro Padre- no existiera, y buscan refugio en anti valores que en los momentos difíciles no los podrán sostener.

Que nuestra historia sea siempre una historia de luz, de éxito y de crecimiento espiritual que nos permita ver la vida de un modo diferente, aceptando de buena gana lo que Dios nos da para no caer en la inconformidad. Cada quien le puede poner un toque de sabor agradable a su vida o estarse mortificando por situaciones que no puede solucionar. Cada quien le puede poner música alegre a su existencia o notas musicales tristes que impidan sonreír.

Vivir acorde con Dios demanda mucho valor, porque cuando todo marcha bien, es fácil asumir que el Señor está con nosotros. Pero cuando las cosas van mal, surge la duda y comienza la desesperanza. Lo mejor es abandonarnos a Su voluntad por difícil que ésta sea, para no caer en la confusión y en la pena.

Cuando vemos nuestra vida en retrospectiva, podemos recordar con claridad las veces que nos acobardamos y aquéllas cuando supimos enfrentarnos con valor y dignidad a los terribles acontecimientos que intentaron doblegarnos. La oración nos abre una ventana a la eternidad y se vuelve una fiel compañera para hacernos uno en la voluntad de Dios. Nos permite darnos cuenta del valor infinito que tiene cada día, aceptando los retos y las bendiciones que minuto a minuto se van presentando -muchas veces sin darnos cuenta-. Seamos fieles a Dios en medio de los momentos difíciles que intentan destruirnos, de las persecuciones y de las pruebas.

Como cristianos, tengamos la calma del sembrador que echa su semilla sobre el terreno que ha preparado previamente, esperando el momento oportuno, sin desánimos, con la confianza puesta en que aquel pequeño tallo que acaba de aparecer será un día una hermosa espiga. La paciencia salvará nuestra alma y el alma de muchos otros "que han guardado" -como en la bodega los buenos vinos- unas ansias incontenibles de Dios que nosotros como hermanos en Cristo tenemos el deber de desenterrar.

jacobozarzar@yahoo.com

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