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Jacobo Zarzar Gidi

VEN Y SÍGUEME

Dios llama a todos: a sanos y a enfermos; a personas con grandes cualidades y a las de capacidad modesta; a los que poseen riquezas y a los que sufren estrecheces; a los jóvenes, a los ancianos y a los de edad madura. Cada hombre, cada mujer, debe saber descubrir el camino especial al que Dios le llama. A todos nos llama, a pesar de nuestro pasado y de nuestro presente; a todos nos dice: Ven y sígueme. No cabe la mediocridad ante la invitación de Cristo; Él no quiere discípulos arrogantes o que lo estén condicionando.

Que no sea la pobreza o la riqueza lo que nos impide llegar a su lado. Que no sea el apego a las cosas mundanas y el poco amor a la voluntad de Dios lo que no nos deja dar el primer paso. Que no sea el temor al esfuerzo y al sacrificio lo que endurece nuestra alma. En esta aventura de la vida por la que estamos pasando, que no sea la tristeza y la indiferencia lo que nos dificulta buscarlo, amarlo y servirlo.

Nos pasamos la vida pensando que poseer muchas cosas y atesorar dinero, puede hacernos felices, y finalmente nos damos cuenta que no es así. Casi siempre se convierten en obstáculo para aceptar la llamada de Jesús a seguirlo. El amor de Dios es exigente, requiere valor, esfuerzo y compromiso personal para cumplir Su voluntad. Pero, la respuesta deberá ser continua, no a veces sí y en otras no. Él nos pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de nuestra existencia. ¡Qué triste es cuando se recuerdan épocas pasadas de rebosante espiritualidad, y ahora nos vemos inmersos en una terrible sequedad! El señor se llena de ternura ante aquellos que, a pesar de sus defectos, le siguen con fidelidad.

Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta en la intimidad de nuestra alma que la verdadera alegría proviene de Dios. Podemos reír a carcajadas en una mesa de café, pero si esquivamos la mirada de Jesús por estar en pecado, esos momentos no tendrían alegría plena. Podemos viajar por todo el mundo, conocer naciones y personas, pero si no hacemos lo posible por encontrarnos con Jesucristo, nuestro viaje sería inútil. Podemos hacer mil planes para el futuro, pero si no incluimos al Señor alojándolo en un sitio privilegiado de nuestra alma, caminaremos sin rumbo fijo.

No podemos conciliar el amor a Dios, el seguirle de cerca, y el apego desordenado a los bienes materiales. Un deseo desmedido de lujo, de comodidades, ambición y codicia, nos impide conseguir un tesoro en el Cielo. Si conociéramos verdaderamente lo que significa seguir a Cristo, despreciaríamos las riquezas estériles y los honores vanos. Dejarlo todo, no significa abandonar nuestro trabajo que tanto sacrificio nos ha costado sostener, significa que nada se interponga en nuestro amor a Cristo. Vale la pena seguir al Señor, serle fiel en todo momento, darlo todo por Él, ser generosos sin medida.

"Corre en pos de nuestro Padre, que por cosas pequeñas te da otras grandes". Quien es fiel a Cristo, tiene prometido el Cielo para siempre. Si tenemos a Jesucristo, ninguna otra persona o cosa echaremos en falta. Deberíamos estar muy agradecidos porque Dios nos llama. No le seamos indiferentes.

De la vida de Santo Tomás de Aquino se cuenta que un día le dijo Nuestro Señor: "Has escrito bien de mí, Tomás, ¿qué recompensa deseas?". "Señor -respondió el Santo-, ninguna más que a Ti". Tampoco nosotros queremos otra cosa: con Jesús, cerca de Él, andaremos por la vida llenos de alegría.

Muchas veces pasa Jesús frente a nosotros y le escuchamos decir: "Ven y sígueme", pero no lo seguimos. Tenemos cerrados los ojos del corazón y no hacemos caso de ese importante llamado que tal vez jamás se vuelva a repetir. Dejamos pasar la gran oportunidad de nuestra vida. La fe del ciego Bartimeo es un ejemplo que deberíamos imitar. Cuando se enteró que era Jesús de Nazaret el que pasaba junto a Él, su corazón se llenó de fe y comenzó a gritar con todas sus fuerzas: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! En su alma, la fe se hace oración. Jesús es su gran esperanza, y no sabe si volverá a pasar cerca de su vida.

Muchas veces nosotros también caminamos sin rumbo fijo y no sabemos a quién acudir: las cosas no van bien, nuestro matrimonio se resquebraja, las enfermedades amenazan nuestra vida, y la economía da la impresión de estar empeorando. Es el momento de gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! El Señor, que lo sabe todo, quiere que le pidamos, que no nos conformemos con nuestra situación actual. Él es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos. Bartimeo no pide oro, sino vista. Eso es lo más importante para él.

La historia de Bartimeo es nuestra propia historia, tan llena de miserias y necesidades. Estamos ciegos para muchas cosas, especialmente para las cosas de Dios. ¡Señor, que vea…! Y surgirá un nuevo amanecer ante nuestros ojos, veremos un panorama distinto, la esperanza cobrará vida otra vez.

"Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista". "Y le seguía en el camino". ¿Cuántas veces hemos seguido al Señor después de obtener un favor de su Persona? Casi siempre lo olvidamos al día siguiente y consideramos que lo hemos obtenido gracias a nuestros méritos personales.

A través de San Lucas sabemos que Bartimeo seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al presenciarlo, hizo lo mismo. A muchos de nosotros el Señor nos ha ayudado de diferentes maneras. Tan grandes o mayores que la del ciego de Jericó. Y también espera el Señor que nuestra vida y nuestra conducta sirvan a muchos para que encuentren a Jesús presente en nuestro tiempo.

Los abandonados, los tristes, los derrotados, los decepcionados de la vida, los que ya no tienen fuerzas para dar un paso más, los alejados de Dios, los que tienen las heridas a flor de piel, los que encierran un rencor profundo en su corazón, todos ellos necesitan conocer y vivir el ideal cristiano para que superen la desconfianza permanente. Necesitan un nuevo ánimo, una nueva actitud, una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz. ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!

jacobozarzar@yahoo.com

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