UNA INQUIETUD
Desde hace varios días he estado platicando con diferentes sacerdotes y religiosos amigos míos acerca de si el Cielo, es o no "un lugar". Varios de ellos me han contestado que "no es un lugar", que se trata de algo intangible. Afirman que "es un estado en donde abunda la felicidad más plena y perfecta". El catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el Cielo "no es un lugar", sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El Cielo, la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos".
El Apocalipsis nos enseña, mediante símbolos, la realidad de la vida eterna, donde se verá cumplido el anhelo del hombre: la visión de Dios y la felicidad sin término y sin fin. "En el Cielo ya no habrá noche: no será necesaria luz, ni lámparas, ni el sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinará por los siglos de los siglos".
La muerte de los hijos de Dios será sólo el paso previo, la condición indispensable, para reunirse con su Padre Dios y permanecer con Él por toda la eternidad. Muchos hombres, sin embargo, no tienen en su corazón esta "nostalgia del Cielo" porque se encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material y se sienten como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que nuestro corazón está hecho para los bienes eternos.
Nuestra fe nos dice que un gran Amor nos espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños y sin decepciones. ¡Es tanto lo que nos aguarda dentro de poco tiempo!, -siempre y cuando seamos dignos-, -siempre y cuando entendamos bien las continuas advertencias del Señor para estar vigilantes y no dejarnos envolver por los asuntos de la tierra de tal manera que olvidemos los del Cielo-.
El Cielo es ante todo un sitio espiritual que no alcanzamos a comprender, y es Dios mismo, por ser el Todo, lo que perfecciona nuestro ser y le da la total felicidad. Pero, al mismo tiempo, una vez que se haya restaurado su Reino con su segunda venida, la tierra será purificada y volverá otra vez a su origen limpio y ordenado como Él la había creado al principio. Ya no habrá más mal, catástrofes ni desórdenes. Los animales de toda la creación gozarán otra vez de paz y no estarán más afectados por el desorden y la malicia del hombre. Se cree que las almas que se salven y gocen del Cielo, podrán al mismo tiempo gozar de toda la naturaleza y la creación que estará a su disposición.
La vida de un cristiano ha de ser un continuo caminar hacia el Reino de Jesucristo. De la misma manera que en los grandes negocios y en las tareas de mucho interés se vigilan y se estudian hasta los menores detalles, así debemos de hacer con el negocio más importante, el de la salvación. Cuando nos vamos a cambiar de ciudad, analizamos y estudiamos cómo será el sitio donde planeamos vivir. Sin embargo, no hacemos lo mismo cuando se trata de la Vida Eterna.
Es importante fomentar la esperanza del Cielo, porque mucha gente sigue caminando por la vida pero no se detiene un momento a reflexionar acerca de su próximo destino que será para toda la eternidad. La esperanza del Cielo consuela en los momentos más duros de la vida y ayuda a mantener firme la virtud de la fidelidad a Dios.
Sería un grave error no llevar este tema trascendental alguna vez a nuestra consideración. En una cultura terrenal, que tiende a encerrar al hombre en una sucesión de acontecimientos felices o desgraciados que lo envuelve por completo, es importante que los Pastores de la Iglesia iluminen con la certeza de la fe el más allá de la vida presente. La consideración de nuestro fin último ha de llevarnos a la fidelidad en lo poco de cada día, a ganarnos el Cielo con los quehaceres y las incidencias diarias, a remover todo aquello que sea un obstáculo en nuestro caminar. También nos ha de llevar a la evangelización y al apostolado, ayudando a quienes están junto a nosotros para que encuentren a Dios y sean felices con Él por toda la eternidad.
En lo personal, a mí me gustaría mucho que el Cielo fuera "un lugar", porque desde niño así me lo he imaginado. Recordemos las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos un lugar (Juan 14.2). Esa hermosísima frase nos da paz espiritual y nos tranquiliza, porque es probable que el Señor nos tenga un sitio adecuado y agradable acorde con nuestra naturaleza humana, un lugar increíble que jamás el ser humano lo ha tenido en su mente. Un sitio que por hermoso que lo imaginemos, seguramente será mejor. Ahora lo importante es ganárnoslo.
Los agraciados podrán ver a Jesucristo glorioso, al que reconocerán después de tantas conversaciones que tuvieron con él, y de tantas veces que lo recibieron en la Sagrada Eucaristía. Los bienaventurados tendrán la compañía de la Santísima Virgen, que con toda seguridad saldrá a su encuentro, que se comportó siempre como verdadera Madre y a la que acudieron en sus mayores angustias; la de San José, que al invocarlo permaneció junto a ellos a la hora de la muerte; y la de su Ángel de la Guarda que de tantos peligros los alejó.
Especial alegría les producirá encontrarse con aquéllos que más amaron en la tierra: padres, hermanos, parientes, amigos y personas que influyeron de manera decisiva en su salvación. A todo esto se añadirá, después del juicio universal, la posesión del propio cuerpo, resucitado y glorioso, para el que fue creada el alma.
San Juan de la Cruz, Doctor Místico de la Iglesia (1542-1591), escribió un poema en el cual describe lo que sintió cuando Dios le permitió ver por unos instantes la grandeza del Cielo. He aquí un breve extracto: "Entréme donde no supe; y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo…"
Para los que amamos la naturaleza, un regalo adicional de Dios sería encontrarnos con bosques y selvas vírgenes donde pudiéramos contemplar animales y plantas que vivieron en la tierra y ahora están extintos; volcanes en erupción y arroyos cristalinos; ríos limpios que desemboquen en mares transparentes; auroras boreales de colores celestiales; montañas y valles de una belleza increíble que el ser humano jamás pudo imaginar. Nos gustaría también continuar asombrándonos de las cordilleras y de las montañas, de los desiertos silenciosos, de las cascadas majestuosas, de las tormentas poderosas, de los hermosos lagos, y de todos aquellos sitios donde exista vida en abundancia.
Sin embargo, si el Cielo es Dios, porque así nos lo dice nuestra fe, los que tengan la dicha de llegar a Él serán plenamente felices y nada fuera de Dios añorarán.
Qué estupendo sería -si alguien nos preguntara, "¿tú, a dónde vas?"-, poder decir: Yo voy a Dios, con el trabajo, con las dificultades que surgen a cada instante, con mi pobreza, con las mortificaciones de todos los días, y con las enfermedades que están acortando mi vida.
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