La discusión es antigua, el dilema sigue vivo. ¿Hasta dónde debe el estado intervenir en la vida económica para lograr los mejores resultados? Francisco Suárez Dávila (FSD) acaba de publicar un libro al respecto que reordena el debate y lo trae al México del Siglo XXI, Crecer o no crecer, del estancamiento estabilizador al nuevo desarrollo, Taurus. El texto es polémico y provocador. Con un marco teórico sencillo que, sin embargo, se remonta a Adam Smith, a Jean Baptiste Colbert, el primer ministro de Luis XIV, a Federico List y a John M. Keynes entre otros, el autor encuadra la discusión: las naciones que han sido exitosas en su proceso de generación de riqueza y prosperidad siempre han mantenido un proyecto nacional por encima de las fuerzas económicas. La libertad de los mercados está en un segundo peldaño. En su propia metáfora, ellos han utilizado la escalera del estado regulador que da dirección al país, a sus ventajas comparativas y apuestan a ellas. Después la tiran para que los que siguen no la usen. Con excelente información histórica FSD utiliza un método descarnado, compara el desempeño económico de diversos países como Japón, Corea, Brasil, China, India, Irlanda, Francia, España, los Estados Unidos y mide su desempeño económico por períodos. Resultado, hay una clara coincidencia, todos utilizaron ciertos instrumentos, en muchas ocasiones los mismos, para alinear los incentivos de un proyecto nacional que pasa por la economía. Ingenuo el que piense que no ha sido así. En los extremos la discusión se vuelve absurda. Los que pugnan por un estado interventor en todos lo frentes y al precio que sea terminan desbancando las arcas, en la quiebra por no entender los límites que los mercados imponen. Pero en el otro extremo, los que confían ciegamente en los mercados desconocen la necesidad de ese alineamiento de incentivos que fortalece al proyecto de nación y que genera un círculo virtuoso de mayor crecimiento, mayor prosperidad y bienestar.
El libro documenta los diferentes instrumentos utilizados por los países y señala las coincidencias, desde el MITI en Japón, o el EXIMBANK en EE.UU. hasta Nacional Financiera -institución pionera- o Bancomext. La tesis es muy clara, nuestro país tuvo una etapa de alto crecimiento económico en la cual privó un proyecto de nación y un impulso al desarrollo que se plasmó en altas tasas de crecimiento, el llamado "milagro mexicano". Pero el mundo cambió y México no supo corregir a tiempo lo cual generó el colapso que tiene como fecha emblemática 1982. Fue entonces que se inició la corrección del rumbo. Orden de las fianzas públicas, apertura, reducción drástica del estado propietario, autonomía al Banco Central y un manejo monetario responsable, reducción y control del déficit y de la inflación, en fin ese México que durante tres décadas sigue los cánones de la ortodoxia. Pero quizá nos volvimos "más papistas que el papa".
Los resultados no son lo que podrían ser. Al imponer los criterios de estabilidad sobre los de crecimiento, México cayó en una trampa que se expresa en un crecimiento mediocre, sin problemas de estabilidad, pero mediocre. Es allí donde FSD rescata los que, a su juicio, serían los instrumentos necesarios para el nuevo impulso, inversión en infraestructura, financiamiento a través de la banca de desarrollo, altas tasas de inversión pública y privada, una política industrial que logre alinear incentivos y aprovechar las ventajas comparativas, inversión en ciencia y tecnología que no necesariamente es estatal, un sistema educativo que forme los cuadros que el estado mexicano, sector público y privado, van a necesitar en el proceso de desarrollo y otros. En pocas palabras un estado proactivo que siga un proyecto de nación y de prosperidad, que no quede a la deriva de las fuerzas del mercado.
Lo curioso del caso es que México tiene esos instrumentos pero no los ha utilizado en toda su potencialidad. Aparece así una inhibición que contrasta penosamente con las acciones emprendidas por otras naciones. ¿Será acaso que los excesos del estatismo nos escaldaron? Mientras tanto otros países sí los utilizan, de los Estados Unidos a Chile para no salir del continente. Por supuesto que hay asuntos muy polémicos como por ejemplo el tipo de cambio. La flotación nos liberó de las devaluaciones traumáticas, pero la función unívoca del Banco de México, mantener la inflación bajo un estricto control, función que ha cumplido a cabalidad, por momentos incide en posiciones que afectan al crecimiento. El autor se refiere básicamente a utilizar al tipo de cambio como un anclaje en contra de la inflación que con frecuencia impacta la capacidad exportadora. En contraste muchos países emergentes mantienen una subvaluación controlada -que no suple a la productividad- pero favorece a las exportaciones.
Suárez Dávila no cree en los dogmas, por eso presenta un texto lleno de matices, pero esos matices pueden hacer la diferencia en la vida de millones.