No puedo imaginar un dolor más grande que la pérdida de un hijo; más dolorosa aún cuando su muerte fue producto de la sinrazón: perder la vida en manos de los delincuentes de la peor calaña, los secuestradores, o como consecuencia de la mala fortuna: haber quedado en medio de fuego cruzado.
Para los padres, hermanos, abuelos y amigos de los muertos no hay consuelo y sus muertos estarán siempre en su memoria. Con su dolor a cuestas, los integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que encabeza Javier Sicilia, demandan convertir a la Estela de Luz en memorial de las víctimas de la violencia, muchos activistas, escritores, filósofos, cineastas y demás se han sumado a este reclamo.
En el texto que dirigirán al presidente de la república proponen convertir la Estela de Luz en "un sitio donde las miles de víctimas de la violencia en nuestro país no sólo sean reconocidas y recordadas con dignidad, sino también ennoblecidas por un centro donde la cultura de la paz viva y florezca".
Aun con toda la tragedia que han dejado las muertes asociadas a la violencia de estos años, las decenas de miles de muertos, no comparto esa idea.
En la Plaza de las Tres Culturas ("de las sepulturas", se le llamó después de aquella tarde funesta) hay un memorial discreto por los caídos el 2 de octubre, en su mayoría jóvenes estudiantes que tenían una causa: luchaban en un entorno autoritario por oxigenar la vida pública; en esos días la protesta podía pagarse con una golpiza, cárcel o la muerte. Con la osadía de su protesta desacralizaron al poder presidencial y abrieron cauces para tiempos mejores.
Entiendo las razones detrás de la propuesta de darle otro objetivo a la Estela de Luz, que hoy nos recuerda la ineptitud y la corrupción de quienes se beneficiaron con esta obra inútil y excesiva. Pero si de eso se tratara, de darle otro sentido a ese monumento, una alternativa podría ser que se dedicara a la memoria de tantos mexicanos, anónimos o no, que en el siglo pasado expusieron su vida para heredarnos un país con mayores libertades e incipiente democracia; pienso, desde luego, en la generación de 1968, pero no sólo en ella; también en los participantes de los movimientos de ferrocarrileros, maestros y médicos, por citar los más destacados en la segunda mitad del siglo XX.
En tal caso, se podría establecer en ese sitio un centro de estudios y una biblioteca con testimonios de esos esfuerzos que se dieron con valentía y que, repito, tuvieron una causa, una razón de ser. Un homenaje a personajes como Demetrio Vallejo y Valentín Campa, aunque no hubieran muerto en esa lucha; a Othón Salazar y Encarnación Pérez Rivero, del movimiento magisterial de 1958, a Roberta Avendaño, "La Tita", y a Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, un líder valiente del 68, recién fallecido; o al gran escritor José Revueltas, maestro y compañero de aquella generación, cuyo centenario se cumple el año entrante; a Arnoldo Martínez Verdugo y Carlos Castillo Peraza…
Estoy seguro de que podrían proponerse otros destinos para la Estela de Luz, ojalá se expresen. Sin embargo, con todo respeto, creo que no todas las muertes son iguales. No habría que hacer tabla rasa de nuestra historia. Para mí sería aberrante incluir entre las víctimas a los victimarios: la inmensa mayoría de asesinados en los últimos seis años por enfrentamientos entre bandas por el control de territorios; muchos de ellos cobraron la vida de inocentes. Entiendo que el dolor de los deudos reclame el desagravio, aunque sea simbólico, por el sacrificio de inocentes. Considero, sin embargo, que lo único que puede resarcir en algo la pérdida irreparable, individual y colectiva, es demandar a las instituciones del Estado mexicano mucho más que símbolos y monumentos.
Lo crucial, para el presente y el porvenir, es exigir el fin de la impunidad. Que quienes hoy disponen de la vida y la muerte enfrenten la justicia y purguen la brutalidad de sus acciones con una condena ejemplar. Y que los responsables de la negligencia política y administrativa, ésa que convirtió la crisis de seguridad en tragedia nacional, asuman y paguen el costo. Mientras esto no ocurra, sermones y memoriales servirán de muy poco.
Twitter: @alfonsozarate
(Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario)