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Mexicanos de acero

HOMBRES Y MUJERES QUE DURARON MÁS DE 100 AñOS

Mexicanos de acero

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AGENCIAS

Amalia López le ha dado vuelta a la página de los siglos en dos ocasiones. Nació en 1898 en la Ciudad de México y hoy, con sus 115 años recién cumplidos, es la persona más longeva del Distrito Federal y la segunda a nivel nacional, después de la tamaulipeca Leandra Becerra, de 126 años.

Sobrevivió a sus padres, a sus cuatro hermanas y hasta a sus cuatro hijos. Su nieta Edith la recuerda como "una mujer dura, muy estricta", que se curaba cualquier enfermedad con tés y hierbas. "Para todo tenía un remedio", dice.

Hasta los 100 años se iba caminando sola a misa, que está a dos cuadras de su casa. Ahora depende de que alguien más la lleve en auto, pero eso sí, adentro del departamento de interés social donde vive junto con su nuera, una nieta, una biznieta y dos tataranietos, le es suficiente un bastón para moverse.

Nunca estuvo inscrita a un club deportivo y tampoco practicó algún deporte, pero le gustaba caminar, al grado que hizo de esto su medio de transporte. "Se iba a todas partes caminando, aunque a veces fueran trayectos de dos horas", relata Edith.

A la fecha come de todo, los caramelos son su debilidad y jamás toma agua simple, debe ser de frutas y estar bien azucarada, dice Ernestina Escalante, su nuera de 88 años.

Ya no escucha y pocas veces habla. De repente, cuando la asaltan los recuerdos, comenta de cuando Francisco I. Madero pasó en tren por su casa, de cómo su padre la escondió a ella y a sus hermanas para que "la bola" no se las robara.

Y sonríe cuando recuerda que su marido se la robó para llevársela a vivir con él a Tlacotepec, Puebla.

Se quedó viuda hace 70 años y sacó adelante a sus cuatro hijos; el último en morir sucumbió al cáncer hace 31 años. Por eso, cuando alguna nieta dice "nos va a enterrar a todos", queda claro que la broma va en serio.

Doña Amalia dio vida a una estirpe de 32 personas: 4 hijos, 9 nietos, 15 biznietos y 4 tataranietos.

Su secreto para la larga vida: caminar y comer todo lo más natural posible (incluso preferir remedios naturistas sobre los farmacológicos).

 BUENOS GENES

Doña Amalia es parte de los 18 mil 475 mexicanos que superan los cien años. Sólo uno de cada 6 mil compatriotas está en ese atípico rango de edad. Ellos son los hombres y mujeres de acero, quienes desafían la esperanza de vida promedio del país, que se sitúa en 74.5 años, 77 en las mujeres y 71 en los hombres.

Datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) revelan que 51 por ciento de los fallecimientos de personas mayores de 60 años se encuentran relacionados con enfermedades del corazón, diabetes mellitus y tumores malignos. Sin embargo, la mayoría de los centenarios no desarrollan estas enfermedades.

"Es como si estuvieran hechos de otra madera, tienen una genética especial", comenta Sergio Valdés y Rojas, director de atención geriátrica del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam).

Hasta ahora, la teoría más aceptada para explicar la extrema longevidad tiene que ver con cualidades congénitas. "Tienen buenos genes", explica Stephen Coles, cofundador del Grupo de Investigación Gerontológica (GRG, por sus siglas en inglés), el cual participa con el comité de los Premios Guinness para establecer los récords de longevidad.

También se sabe que los centenarios no presentan enfermedades crónico-degenerativas, diabetes o hipertensión.

Recientemente, la Universidad Europea y la Universidad de Zaragoza realizaron un estudio en el que analizaron los genes de 251 españoles e italianos mayores de 100 años. Los científicos descubrieron que los centenarios presentaban un polimorfismo de la molécula Miostatina, un péptido secretado por el músculo esquelético que afecta al crecimiento muscular.

Ese defecto (o virtud) de nacimiento explicaría la extrema longevidad.

 "LA DIVORCIADA"

La mujer que aparece en la fotografía se asemeja una estrella de la Época Dorada del cine mexicano, quizá de Hollywood. Bien pudo posar fumando un cigarrillo con boquilla larga junto a Clark Gable.

Su nombre es Dora Talancón y está por cumplir 108 años, aunque asegura que ella ya dejó de cumplir hace mucho tiempo. Sonríe coqueta en cuanto ve una cámara, su sonrisa comprueba de que ella y la mujer de la foto son la misma persona. La sonrisa no envejece.

Su salud es envidiable. No toma una sola medicina. No le duele nada. Aunque la fuerza ya abandonó sus piernas y depende de una silla de ruedas para moverse; por lo demás, tiene años que ni una gripa la aqueja. Antes la llevaban al médico una vez al mes, pero de plano el galeno les dijo a sus familiares que la llevaran cuando se sintiera mal, porque su salud era envidiable. "Tomo más pastillas yo que ella", dice su hija Dora, de 89 años, con quien vive.

Dora siempre fue una mujer valiente a la que no le temblaba la mano. Se divorció de su primer marido en 1936, cuando las mujeres divorciadas eran rechazadas por la sociedad. Tenía 31 años y dos hijos, Dora de tres y Chacho de 11, pero eso no la limitó para poner un alto a las infidelidades de su esposo. Su hija recuerda que en el colegio había compañeritas a las que no les permitían hablarle porque era hija de "la divorciada".

Su secreto para la larga vida: mantenerse activa y platicar con la gente.

 EL MÁS GUAPO

El asilo para ancianos se encuentra lleno de sillas ocupadas por cuerpos con miradas perdidas en el blanco de las paredes o en algún canal de televisión. Pocos son los que platican entre ellos. Aquí está Genaro Moreno -Genarillo, como lo llamaban sus hermanos-. Pasa un enfermero y le pregunta: "¿Quién es el más guapo?". El anciano de 104 años responde: "Pos yo".

A lo largo de su vida tuvo empleos: como obrero, albañil, barrendero y comerciante; nunca un trabajo estable. En su curriculum -si tuviera uno- cuenta que ayudó a escarbar en las arterias subterráneas del DF, mientras que fue obrero en la construcción de la Línea 2 del Metro. "Hice de todo, menos robar", dice. No cuenta con seguro ni pensión, los últimos años antes de ingresar al asilo los libraba vendiendo dulces afuera de su casa en la zona de Tacuba, en la Ciudad de México.

Doña Amalia, doña Dora y don Genaro tienen más en común entre ellos que con sus familiares, pese a nunca haberse conocido: a pesar de su avanzada edad, ninguno de ellos padece enfermedades cronicodegenerativas, diabetes o hipertensión; vivieron y conservan algún recuerdo de la Revolución Mexicana, y forman parte de los 18 mil 475 centenarios en México.

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