Una fotografía, publicada en un diario del D.F., me movió a escribirles este Diálogo. Se trata de una toma, en la que se aprecia un incendio provocado por los manifestantes en el Zócalo, antes de desalojarlo; lo conmovedor es ver al fondo de la misma: la Catedral Metropolitana, iluminada por la luz del atardecer, lúgubre, pero majestuosa y en lo alto la Bandera Nacional, ondeando a media asta.
El sentimiento provocado fue de tristeza y repudio a nuestras formas de convivir en la actualidad; las dos imágenes que nos representan: la Bandera de los mexicanos y el centro ceremonial de los cristianos católicos, enmarcados por fuego. Dramático, pero con un gran fondo de realidad nacional.
El otro mensaje llegó dos días después, luego de quitar la suciedad de la Plaza, con los resabios por lo ocurrido y el temor a que se repitan los agravios, el Presidente de México, dio el tradicional Grito de Independencia. La lluvia pertinaz lo envolvió y un grupo minoritario de personas -escriben que fueron alrededor de tres mil asistentes- lo acompañaron en la alegría del festejo.
Algunos justifican la poca asistencia por las condiciones climáticas, sin embargo, recuerdo mi época de estudiante, asistiendo al Grito de Independencia, lloviendo a cántaros, con una multitud que impedía el paso, no sólo en el Zócalo, sino en todas las calles aledañas, festejando y hasta abusando, con la alegría del acontecimiento.
Es claro que el festejo de la Independencia de México, es un acto de identidad, en la que todos reconocemos y reapreciamos nuestro origen gritando con orgullo frases que son muestras de nacionalismo: ¡viva México ... vivan los héroes de la Independencia ..." agregando, al menos en la mente, el remate popular y muy nuestro: "hijos de la ....", que más que insulto, tiene fondos de identidad mexicana. Le recuerdo lo escrito en el libro "El Chingoles", de Pedro María de Usandizaga: Primer Diccionario del Lenguaje Popular Mexicano.
Usted y yo sabemos que le pasa a nuestro México, que está muy lastimado por lo acontecido en los últimos años; enfermo, infestado por parasitosis sociales que le consumen, las que vimos venir y poco hicimos por detenerlas.
Al leer nuestra historia, sabemos de los bandidos que asolaban a nuestra patria en finales del siglo XIX y principios del XX, que finalmente fueron exterminados por aquella Policía Rural, que luego se transformó en fuerte dolor de cabeza; la pobreza extrema, que mantenía en serio estado de hambre y desnutrición a los nacionales; el abuso de los políticos protegidos por el Porfiriato, que aún cuando promovían el despegue económico, asolaban a los mexicanos, llegando a menospreciar nuestra genética, aspirando y suspirando por los usos y costumbres extranjeros; o el analfabetismo, por falta de escuelas, maestros y recursos para educarnos.
Hoy día poco ha cambiado: vivimos las amenazas de la inseguridad, no sólo por el narcotráfico y sus consecuencias sociales; somos ofendidos con la Impunidad que vivimos, con fuertes agravios a nuestras personas, familia y propiedades; cuerpos policiacos a los que les tememos por la corrupción desbocada; la pobreza que debilita física y emocionalmente a más de la mitad de nuestros compatriotas, que van sumiéndose en el escalafón social y pasan de pobres a ser míseros, en una caída que nadie puede detener.
El estado de sitio a que estamos sometidos por los bandidos del siglo XXI, que infestan las vías de comunicación, atacando todos los medios de transporte. Tampoco olvide el desvergonzado agravio en que permanentemente nos tienen ofendidos los polítiqueros que han usurpado la política nacional, enriqueciéndose ilícitamente y deteriorando con sus malas decisiones nuestra realidad nacional.
Hace algunos años, los mexicanos teníamos frases que ahora no son muy certeras, entre ellas: "Ay México, no te acabes", para referirnos al derroche que hacíamos de nuestros bienes; "México tiene la forma del cuerno de la abundancia", para referirnos a nuestros vastos recursos; o lo dicho por Porfirio Díaz: "tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos"; hoy no sé si podamos seguir citándolas.
Sé que algunos lectores empezarán a buscar culpables en sus mentes, enlistando a los malos políticos -politiqueros, para diferenciarlos de los pocos y escasos buenos-; los malos empresarios, quienes han dejado de comprender o reconocer que en base al enriquecimiento del país podrán alcanzar el lícito propio; o la inseguridad y los males consecuentes que en daño social y económico nos ha ocasionado.
Y tienen razón, pero no debemos olvidar que consciente o inconscientemente también nosotros hemos participado, al no atender nuestra responsabilidad e involucrarnos en actividades organizadas de apoyo y cambio social, buscando defender lo nuestro, la tranquilidad perdida, la economía deteriorada ... la libertad de caminar por nuestras calles.
Existe otro refrán que nos cae como anillo al dedo: "nunca es tarde para empezar". ¿Acepta?
ydarwich@ual.mx