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México y China: ecos de la diplomacia

PATRICIO DE LA FUENTE
"Toda civilización que ha existido, al fin se ha desplomado. La historia es una narración de esfuerzos que fracasaron, o aspiraciones que no se realizaron. Por eso, como historiador, uno tiene que vivir con un sentido de lo inevitable de la tragedia"— Kissinger

En el marco de la visita del Presidente chino Xi Jinping a nuestro país, es evidente la intención de Enrique Peña Nieto y de su Gobierno, por replantearse y rescatar las relaciones bilaterales, no sólo con China, sino también hacia otras naciones en lo que fue una constante en las administraciones priistas, y que se extravió al llegar Vicente Fox al poder y después, en menor medida, ocurrió con Felipe Calderón: el respeto a la libre autodeterminación de pueblos, cero improvisación y apego a los cánones básicos de la diplomacia internacional.

El viaje del Presidente Peña a China hace unos meses, sumado al afán de reciprocidad que significa la estancia de Xi Jinping en México, hoy se traduce en un acuerdo entre ambos gobiernos para elevar la relación a una sociedad estratégica integral, que incluya diálogo permanente, así como la firma de convenios que van, desde una línea de crédito por mil millones de dólares, hasta los acuerdos para exportar carne y tequila al sudeste asiático.

Son diez puntos en total, que todos esperamos impacten de forma positiva a la economía de ambas naciones, puestas las dos en jaque tras la crisis económica mundial de 2008.

Por conveniencia, cálculo político, buscando "mover a México" o por miedo, nuestra relación con la segunda economía mundial data de hace quinientos años y ello es algo, querido lector, que no podemos ni debemos soslayar pese a ciertas aristas que a ambas naciones les son molestas, y en las cuales incluyo lo que sentimos los mexicanos cuando se habla del poco respeto del gobierno chino hacia los derechos humanos y la autonomía del Tíbet, entre otros.

Hace más de cuatro décadas dos visionarios -Richard Nixon y Henry Kissigner- ya anticipaban el crecimiento desproporcionado e invasión china, y también adivinaron lo que en este siglo China se convertiría, no necesariamente a partir de su propio recelo y miedo al comunismo -fenómeno que imperó durante la "Guerra Fría"- sino también en cuanto al potencial que desde entonces ya mostraban los chinos de llegar a ser una de las principales potencias económicas del mundo actual, con la cual, necesariamente y a la larga, nos veríamos obligados a competir, pero también a aprovechar dicha coyuntura para la firma de acuerdos comerciales de carácter bilateral, regional o inclusive, continental.

Centrándonos en la agenda doméstica de la administración de Richard Nixon, indudablemente el "Watergate" significó su peor fracaso, pues al no haber ocurrido una admisión de culpa temprana, lo que en esencia fue un robo de poca monta a las oficinas del Partido Demócrata en Washington, terminó convirtiéndose en el escándalo que habría de sumir a Estados Unidos en una profunda crisis política como no se tiene registro en el siglo veinte, y la cual lo obligó a renunciar y salir por la puerta trasera.

Tan grave fue "Watergate", que durante años no se hablaba de otra cosa. Las conquistas, sin rival muchas de ellas, de Nixon en el ámbito internacional -abrir canales y relaciones con la China roja y con la Rusia comunista- se vieron opacadas hasta que con el paso del tiempo, su rol como estratega fue redimensionado, no sólo por los especialistas, sino también por aquellos que a lo largo de su extensa carrera política que abarcó cuatro décadas, de igual forma lo amaron u odiaron.

A la distancia, muerto Nixon y Henry Kissinger a punto de cumplir noventa años que celebra con un espléndido libro de su autoría donde habla de lo que hoy, en los albores del tercer milenio, es China; nada más justo que recordarlos y aquilatar que el dragón rojo siempre ha estado ahí, sin embargo, en nosotros está la opción de mirarlos con recelo al tiempo, que nos comen el mandado y nos invaden con sus productos, u optar por una aproximación inteligente y amplia de las cosas.

Si pensamos que nunca podremos competir con China, pues su mano de obra es más barata y sus procesos productivos mucho más eficientes, básicamente vivimos en el error. Y es que una relación tan importante, no puede reducirse sólo a eso.

Todo apunta a que el actual gobierno ya lo entendió y el nuevo premier chino, también.

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