Tengo una duda. Mil dudas tengo, afortunadamente, que me hacen ser humilde. Pero ésta que digo es la que hoy por hoy me acucia más.
Sucede que a lo largo del 2012 fui llenando una alcancía. No era de barro, ni tenía la consabida forma del cochinito: era un bote de hojalata con su ranura en la parte superior. Todas las monedas que caían en mis manos las iba depositando en mi alcancía. El propósito era rifarla en Navidad entre mis 13 nietos.
Cuando llegó la fecha el bote estaba lleno de tal modo que no cabía en él ni una moneda más. Pesaba lo que no se imaginan ustedes. El día de la rifa les asesté a mis nietos un solemne discurso acerca de las virtudes del ahorro; les hablé de la gallina que de grano en grano va llenando el buche, etcétera. La única que no oyó atenta mi peroración fue la pequeña María Ángela. Ella se sacó la alcancía.
Ahora me pregunto si actué bien al hacer esa rifa. ¿No será darle demasiada importancia al dinero? Vueltas y vueltas le doy a la cuestión. Pero ya me compré otra alcancía para este 2013, ahora sí de barro y en forma de cochinito.
¡Hasta mañana!...