Llega el viajero a Ciudad Obregón, en el estado de Sonora, y pasea por sus calles, tan anchas que en ellas podría aterrizar un jet.
Ahí, la Catedral y la Biblioteca Pública están casi juntas. Afortunada vecindad es ésa: la Catedral puede atemperar los excesos racionalistas de la Biblioteca, y la Biblioteca puede atemperar los excesos teístas de la Catedral.
En Obregón tiene el viajero un buen amigo que se llama Jaime y se apellida Jaime. De él ha recibido los regalos de la amistad y la canción. Alguna vez quizá la vida, también amiga generosa, llevará otra vez al viajero a Obregón, y entonces volverá a disfrutar esos dones, preciosos dones que hacen que la vida tenga significación.
¡Hasta mañana!...