Te sueño a veces, Terry, amado perro mío, y me pregunto si en tu sueño me sueñas también tú.
Anoche llegaste a mí, cachorro todavía. Tus ladridos eran risa de niño, jubilosos, y tus saltos en torno mío tenían todo el gozo de vivir. Yo iba por el camino de la sierra, y me seguías tú igual que en nuestros tiempos. Después el sueño se perdía, y yo sentía la tristeza de los sueños que se van.
No dejaré nunca de soñarte, Terry. Así no dejaré nunca de tenerte. Fuiste un buen perro; me dan ganas de poner en la capilla del Potrero, junto a las estampas de los santos, aquella foto que te tomé en la nieve. Tuviste para mí esa forma de santidad llamada amor. Todos los perros la tienen. Si fuéramos como ellos, todos los hombres seríamos santos.
¡Hasta mañana!...