En una pequeña iglesia de Mallorca está la imagen de un doliente Cristo. La mano derecha del Crucificado está desclavada de la cruz.
Cuenta la piadosa leyenda que hace muchos años un hombre llegó a la capilla buscando a un sacerdote para pedirle que lo escuchara en confesión. Terribles eran los pecados de aquel hombre; sus culpas era más grandes que las mayores que el sacerdote había conocido en toda su vida, larga ya, de confesor. No existía falta en que el malvado no hubiese incurrido; todos los pecados mortales los cometió aquel torvo mortal.
-¿Qué hago? -se preguntaba en su interior el sacerdote lleno de congoja-. ¿Cómo voy a darle la absolución a este monstruo de maldad? ¡Sus culpas no pueden tener perdón de Dios!
En ese momento se oyó en la capilla un ruido como de madera que se resquebrajaba. El padre volvió la vista y se quedó admirado: el Cristo había desclavado su mano de la cruz y con dulce mirada de misericordia le estaba dando la absolución al hombre.
¡Hasta mañana!...