El nacimiento y la muerte de Jesús guardan una íntima unidad. Los dos maderos, el del pesebre y el de la cruz, parecen ramas del mismo árbol. El pesebre tiene algo de cruz; la cruz guarda semejanza de cuna. Jesús nació para morir, y murió para nacer en la Resurrección. Con Él y por Él tenemos también nosotros nacimiento.
No ha conocido este mundo dolor más grande y más acerbo que el de la muerte de Cristo en el Calvario. Y sin embargo, ese dolor lleva en sí mismo la semilla del gozo y la esperanza. Al amarguísimo sufrimiento de la muerte sigue la alegría cierta de la Resurrección.
Ante un dolor punzante, ante una pena sin alivio, preguntémonos si acaso no nos está esperando la alegría que guarda el Señor para aquellos que saben mantener vivas, en el amor, la esperanza y la fe.
¡Hasta mañana!...