La quiero sin saber quién es; sin conocer su nombre.
Muerta, vive en el retrato que desde tiempo inmemorial está en la luna del ropero antiguo. Es una doncella casi sombra, casi penumbra, casi luz; es un leve fantasma color sepia. Me mira sin mirarme; parece que en cualquier momento dejará caer el abanico que sostiene.
En los espejos se colocaban los retratos de aquéllos que morían. Sus imágenes eran recordación al mismo tiempo de la vida y de la muerte. Quien las veía sería después visto. La luna del ropero era un pequeño cementerio en casa.
¿Quién fue ella? ¿Se llamó Trinidad, Chole, María? Nadie ha guardado su memoria. Por eso la quiero: porque está olvidada. Hay muchos que aman la sombra de un recuerdo. ¿Por qué no amar la sombra de un olvido?
¡Hasta mañana!...