Había tanto ruido que ni siquiera el ruido se podía oír.
El ruido lo formaban las voces de los hombres, su palabrería.
Aquel filósofo no soportó ya más el estruendo. Salió de la ciudad y subió al monte. En su cumbre halló el silencio que buscaba.
Pero a los pocos días ese silencio lo aturdió. Era tan absoluto que ni siquiera el silencio se podía escuchar en él.
Volvió entonces el filósofo a la ciudad. Ahí encontró que el ruido de los hombres era mejor que el silencio de la soledad. Ya nunca volvió a salir de la ciudad. Y la soledad ya nunca volvió a entrar en él.
¡Hasta mañana!...