En la aldea los hombres le pidieron a San Virila que hiciera algún milagro. No sabían que cada hombre es un milagro.
San Virila hizo que le trajeran una vela. Dijo en voz baja ante ella una oración y la vela se encendió. Los hombres quedaron admirados, y algunos de ellos declararon que ahora si creerían en Dios. No recordaban que todos los días el Señor encendía el Sol.
Ya se alejaba San Virila cuando una súbita ráfaga de viento apagó la vela. Llamaron los hombres a San Virila y le mostraron la candela, que se había apagado. Y dijo el santo:
-Encender una vela no es ningún milagro. El verdadero milagro es mantenerla encendida.
¡Hasta mañana!...