Vivía en el rancho San Francisco, muy cerca de Los Lirios. Era humilde como una flor del campo. No sé si fue bonita en los años de su juventud, pero llevaba consigo otra belleza, la del alma, y eso la hacía hermosa a mis ojos de niño.
Pasábamos vacaciones en su casa campesina. Los chiquillos salíamos a subir la loma, a perseguir a los conejos, a buscar menta o yerbanís en las laderas. Llegábamos a comer, y yo encomiaba la sabrosura de sus frijolitos. "Están guisados con salsa de San Bernardo" -me decía. Le preguntaba yo qué salsa era ésa. Y contestaba con una sonrisa: "El hambre".
Mi tía Crucita. La recuerdo hoy en su día. En esta fecha nos reunía para rezar la mágica oración que dice: "Arredro vayas, Satanás; a mí no me llevarás, porque el día de la Santa Cruz dije mil veces: Jesús, Jesús, Jesús.". Y así hasta darle las 20 vueltas al rosario.
Si alguna vez se me presenta el espíritu maligno yo le diré una sola vez: "Crucita", y el enemigo malo huirá.
¡Hasta mañana!...
