El poeta profesional empezó a trabajar a las 9 de la mañana en punto. Tomó una hoja de papel del rimero que tenía bien ordenado en el ángulo derecho de su escritorio, y luego afiló el lápiz en la maquinilla. Seguidamente se aplicó a escribir un poema acerca de la vida y de la muerte, temas los dos, a su entender, con bastantes posibilidades poéticas.
Sin embargo al fin de la jornada laboral -5 de la tarde- la página estaba aún en blanco.
Al día siguiente le sucedió peor: hizo un poema que a él mismo le pareció detestable. "No importa -pensó-. De cualquier modo mi amigo lo publicará".
Este relato tiene una moraleja, la misma de todos los tiempos: el poema no se busca, se encuentra.
¡Hasta mañana!...