Suena la lluvia en la techumbre de la casa de Ábrego, y el antiguo ropero cruje como si recordara el tiempo en que era árbol.
Aquí no hay quien resista la música del agua. A mí me saca del sueño --de los sueños-- en vez de arrullarme con su pespuntear. La oigo; escucho el ruido de la acequia y el más sordo y lejano del arroyo, y es como si oyera el paso de la vida.
Cantan los goterones y las gárgolas; los cristales de las ventanas cantan. Entra no sé por dónde el olor de la tierra húmeda, y su aroma es también una canción.
Llegó la lluvia. Quiero decir que llegó la esperanza. Si yo pudiera me volvería lluvia --esa larga cabellera de Dios-- y me daría a la tierra con el mismo amor con que me doy a la mujer amada.
¡Hasta mañana!...
