Un hombre se angustiaba al ver cómo caía, tan aprisa, la arena del reloj que marcaba el tiempo que le quedaba de vida
Cada grano, pensaba, era un día más que se le iba, un día menos por vivir.
Conforme el hombre envejecía la arena del reloj caía con mayor celeridad. El infeliz, angustiado, recordaba con cuánta lentitud caía la arena en un principio.
Finalmente cayó el último grano. El hombre cerró los ojos un momento. Ese momento era la muerte. Entonces una mano dio vuelta a su reloj. El hombre abrió los ojos un instante. Era el instante de su nacimiento.
¡Hasta mañana!...