Llegó el viajero a Praga, ciudad de mil misterios, y cruzó el puente centenario sobre el eterno río. Miró las estatuas, especialmente la de San Juan Nepomuceno, y le pareció que las estatuas lo veían a él. Especialmente la de San Juan Nepomuceno, el padre confesor.
Ahora están en riesgo la hermosísima ciudad, el bello puente y las estatuas, por la amenaza de las inundaciones. Desde su casa y desde su recuerdo el viajero pide que se salven esas hermosuras, tesoro de la humanidad.
Debe vivir Praga para siempre, con su río, su puente y sus estatuas; con sus airosas torres y su reloj; con su música, y su teatro de sombras, y sus misterios inefables.
Hay cosas que no pueden desaparecer, aunque nosotros desaparezcamos.
¡Hasta mañana!...