Ganas me dan de llamar "pérfido" al gato. No lo hago, porque el instinto natural jamás es pérfido.
Desde el balcón vi cómo en la huerta el gato se acercaba -lento, reptante, silencioso- a la pequeña tórtola que bebía en la acequia. Dio un salto mortal y cayó sobre la avecilla. Fue todo, y luego nada fue. De la tibieza del ave, de su vuelo y su canción, quedaron solamente unas gotas de sangre y unas plumas.
La muerte, pensé primero.
Pensé después: la vida.
Las dos son una misma cosa. La vida termina en muerte; la muerte continúa en vida, pues si no continuara habría acabado ya la vida. ¡Hay tanta muerte!
Vida y muerte. Muerte y vida. En ese círculo están la tórtola y el gato. En ese círculo estamos tú y yo.
¡Hasta mañana!...