Hace unos cuantos años llevamos los arbolitos de ciruelo de la casa a la huerta. Ahora traemos los sabrosísimos ciruelos de la huerta a la casa.
Tienen nombre de santa esos ciruelos -se llaman Santa Rosa-, y son más rojos que el más rojo rojo. Con uno solo se aroma todo el cuarto; con uno solo se dulcifica el cuerpo, y luego el alma.
La tierra es muy agradecida. Le bastan el Sol, el agua y un poco de cuidado para florecer y dar su fruto.
Extraña cosa es que los hombres, que estamos hechos del polvo de la tierra, no seamos tan agradecidos como ella. Si lo fuéramos ¡cómo florecería el mundo, y cuántos buenos frutos nos daría!
¡Hasta mañana!...