La tierra, como toda mujer -al menos de antes-, siempre está esperando. Nos espera.
Cuando llegó la lluvia, esa esperanza eterna, se abrió, nupcial y erótica, para recibirla.
Llegamos después nosotros -había ya besana, que en nuestros ranchos no es surco ni labor, sino humedad propicia para sembrar la tierra-, y pusimos en ella la semilla. Ahora tenemos un jardín de niños que son promesa del maíz para hacer esa sagrada comunión que es la tortilla.
Si Dios quiere. Vale decir si llueve. Si no llueve no habrá maíz, ni habrá tortillas hechas por mano de mujer.
Si no llueve no habrá tampoco Dios.
¡Hasta mañana!...