Doña Rosa, la mujer de don Abundio, me dijo que iba a rociar con agua bendita la nueva estufa que compramos para el comedor de los niños de la escuela.
-¿Agua bendita? -intervino don Abundio-. ¿Acaso hay de otra?
A fin de hacerlo hablar -me encanta oírlo hablar- le pregunté qué quería decir con eso. Respondió:
-El sacerdote que viene a decir misa cada mes bendice el agua, pero en verdad la cosa es al revés: no es el hombre el que bendice el agua; es el agua la que nos bendice a nosotros. Cuando el Padre esté aquí, y llueva, le pediré que se ponga bajo el agua, para que lo bendiga.
Le dice doña Rosa:
-¡Viejo hereje!
Y yo pienso: ¿será?
¡Hasta mañana!...